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La zancadilla de Frank Beddor

No cabe duda que cuando los mediocres intentan hacer zancadillas a los buenos, da vergüenza ajena. Justamente eso sucede al revisar “La guerra de los espejos” del autor Frank Beddor publicado en Chile por Ediciones B. El mencionado autor asegura que el relato original de Alicia en el País de las Maravillas no es obra de Lewis Carroll, sino de Alice, la niña al que él supuestamente le contó la historia. Según Beddor, la pequeña contó al entonces sacerdote anglicano su experiencia como princesa de Corazones de Marvilia, un reino de prodigios, aunque corrupto, oscuro y en permanente estado de tensión militar. Luego de que Carroll hubiese publicado su obra, la niña le habría amonestado: “¡Ahora nadie me creerá! ¡Lo ha echado todo a perder! Es usted el hombre más cruel que he conocido, señor Dodgson”. Todo esto obviamente en boca de Frank Beddor.
El señor Beddor es para la literatura lo que Dan Brown es a la religión: un malintencionado que se aprovecha de una serie de aptitudes técnicas para contar una historia abiertamente falaz que intenta derribar a seres que ya tienen bien ganados sus puestos. Se trata de un sofista contemporáneo, eso es, un tecnicista que tiene un buen equipo de trabajo, al igual que todo aquel que se presume de bestseller, y que lleva a cabo la tarea de nutrir a la gente que lamentablemente no ha sido correctamente informada o bien no ha podido optar a una buena educación. Gente inocente, sin duda.
De todos modos la idea de esta crítica no es prohibir que se lea “La guerra de los espejos”, sino que al hacerlo se sepa que la historia introductoria que presenta Frank Beddor es una farsa, que Lewis Carroll sigue instalado en paz en su sitial, que tiene claros sus derechos de autor y que lo que leerá a continuación puede ser una historia que le entretenga porque para eso fue hecha en un principio. Una historia medida con cucharitas de café, una historia que obviamente es más fácil de entender que la obra de Carroll, un cuento fácil de digerir sin la necesidad de andar pensando tanto: bravo, bravo, unas palmaditas en su espalda.

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Lo que esperamos de Tim Burton

Walt Disney Pictures

Walt Disney Pictures

Hoy se han liberado las primeras imágenes de Alice in Wonderland del  carismático Tim Burton y son sorprendentes, sin duda: nos llenan de esperanzas. Coincidencia o no, la semana pasada pude compartir con un grupo de amigos la lectura comentada de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas del sacerdote anglicano Lewis Carroll. Ninguno de los que integrábamos el grupo daba cátedra sobre el tema, muy por el contrario, tuvimos la suerte de poder hablar desde nuestros distintos ámbitos y experiencias, mientras Lewis Carroll se reía en silencio desde su rincón. Lo cierto es que esta obra es compleja, en un primer acercamiento uno no entiende bien por qué es una obra que está pensada para niños y cómo es que el autor la habría gestado contándole historias a unas niñas una tarde de calor. Fuera de las muchas malas lenguas de pobres fuentes que se puedan referir al británico, es una narración complicada, pero es una historia notable, buena y rescatable.

Una de las cosas fuera de lo común que tiene para la época en que fue escrita es que narrativamente es bastante cinematográfica: carece de explicaciones y se encarga más bien de las acciones, pasan y pasan cosas, mientras nosotros nos preguntamos si se trata de un sueño, de un mundo posible, de un espacio paralelo en el cual no rigen nuestras leyes o qué. Hay que pensar que nosotros, jóvenes o adultos, ya estamos con esos lentes un poco sucios que van de la mano con lo que es crecer y la pérdida de la inocencia. Aunque sabemos todavía que existe el juego y que, gracias a Dios, no todo tiene explicación, que hay que abandonarse y confiar. Nonsense o no, hay algo dentro de Alicia, que no sabemos si más bien era una moraleja para la niña o para el mismo Carroll. Pues bien, Tim Burton quiso hacerse cargo de esta tarea y le concedió a Lewis Carroll el entrar en su juego y atreverse a contar su verdad sobre la historia.

Queda esperar que nuestra especie de fe despositada en Tim Burton no sea en vano.

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