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Lacoonta, sacerdotisa de Apolo, en el registro civil

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Yo, Lacoonta, he visto lo que vendría y he intentado evitarlo. Las presentes palabras las entrego en agonía, dando mis disculpas a la deidad, esperando que la misericordia me alcance en medio de estas tinieblas. Así fueron los hechos: hoy, martes 26 de febrero del 2019, tuve la misión de ir a solicitar pasaportes para mi y mis dos hijos al registro civil de la comuna de La Reina en Santiago de Chile. Bien, un detalle no menor: mis hijos tienen cinco y siete años, niño y niña. Preparándome para esta hazaña tuve una visión: el completo caos en medio del trámite, tragedia sin límite, ojos juzgadores mirando mi labor como madre, burlas, cuchicheos, ¡el horror! Acto seguido escuché que la deidad me decía desafiante: cómo se te ocurre rechazar los trámites domésticos. Bien sabes que no hay peor trámite que el que no se hace. Estando atenta a tales palabras reflexioné entorno a cómo salvarme de tal revelación y decidí quemar todo mal augurio: preparé una mochila con agua y leche, con el fin de poder mantener a mis hijos calmados e incluso me aseguré que estuviera cargado al 100% mi iPad para que pudieran ver sin límite lo que fuera con tal que estuvieran en paz. Llegamos al registro civil a las once de la mañana. Me entregan, habiendo visto que iba con dos niños, una atención preferencial. Había solo cinco personas antes de mi. ¡Toma, deidad!, pensé, empezamos perfecto. Se respira serenidad. Tres asientos perfectamente dispuestos nos esperaban. Me acomodé, los niños también. Entraba un agradable rayo de sol por la ventana. Alcancé a pensar en que ya se estaba notando que llegaría pronto el otoño; tomé mi celular, abrí mi correo, le respondí a mi tutor de investigación de doctorado. Guardo el móvil y me doy cuenta de que los niños estaban matando unas hormigas. Una se subió al pie de Juan Bautista, mi hijo menor, y eso lo alteró un poco. No pasa nada, Juanito, le dije. Saqué el iPad y les puse Youtube Kids. Calma de nuevo. Magdalena: 2- Deidad: 0. Me fijé que estaban atendiendo al número 23. Yo tenía el 25. Atentos, niños, ya nos va a tocar. Juan me dice que tiene sed. ¿Te tomaste la leche que te traje? Respuesta afirmativa. ¿Quieres agua? Traje agua. Respuesta negativa con desesperación. Me dijo que no le gustaba el agua. Quería jugo. Justo pasó un señor con un carrito vendiendo galletas y jugos. ¡Bingo! Tenía efectivo. Clara, mi hija mayor, me dijo que ella también quería algo. En resumen: les compré galletas, jugo para Juanito y Coca Cola para Clara (sí, lo sé, eso podría atraer alguna mala cara). Comenzaron a comer y tomar felices de la vida y de pronto veo que están atendiendo al número 24. Niños, junten todas sus cosas, que nos van a llamar en cualquier momento. Cada uno se hace cargo de sus cosas. Sentí como un zumbido, algo que me decía que el mal desataría su furia contra mi. Voy a enviar tres serpientes que te harán sucumbir, pensé escuchar. Llamaron al número 25. Respiré triunfante: vamos niños, tomen sus cosas, los espero en el módulo 1. Me senté frente a la funcionaria, la saludé amablemente, le expresé lo que venía a hacer. De pronto siento un grito atrás mío y veo a la primera serpiente desatada, acechando a mi hija: la Coca Cola cayó al suelo, explotó y había manchado una buena área e incluso los pantalones de una señora. No ha pasado nada, pensé, hay que seguir adelante. Haré como que no conozco a esa niña y luego veré si limpio o no. Ojos censores me espiaban, los contralores de la maternidad. Había sacrificado a mi hija, pero era más importante cumplir la misión. Me tomaron la fotografía para mi pasaporte, luego a Clara, pese a tener aspecto de moribunda. Mamá, me hago pipí: era la segunda serpiente que no tendría piedad. Juan, espera, estamos por terminar. Silencio. Seguí con el trámite. Mamá, es que de verdad me hago, no puedo aguantar, me hago. De verdad-verdad-verdad. ME ESTOY HACIENDO, MAMÁ. ¡Me hago ahora! La ira de la deidad estaba desatada, no había duda. Clarita, por favor, acompaña a tu hermano a hacer pipí afuera, en un árbol o donde sea. Los dos hicieron el ademán de ir a buscar un lugar para llevar a cabo el llamado de la naturaleza. De pronto embiste la tercera serpiente cuando escucho decir a la funcionaria aquella frase misteriosa que envuelve el destino de las burocracias: se cayó el sistema. “El sistema” es como escuchar en esas películas de exorcismos que el nombre del demonio que poseyó a alguien se llama “Legión”, se paran los pelos de puro escuchar la palabra. El horror estaba desatado: me sudaron las manos y los latidos cardiacos se intensificaron. ¿Se acabaría alguna vez aquel tormento? Llegaron mis hijos de la búsqueda de algún sitio parecido a un baño. Clarita me aseguró que no había ningún árbol cerca, que estaba todo muy lejos y les daba miedo. Tomando en cuenta que era mejor que Juan se orinara en sus pantalones a que tuviera que ir después a la Policía de Investigaciones con el fin de que me ayudaran a encontrar a mis dos hijos perdidos, les dije que no importaba, que me esperaran a terminar el trámite y ahí veíamos si encontrábamos un baño. Volvió el “sistema”, pero mi ánimo ya no era el mismo. Estaba deshecha, trastornada. El veneno de las tres serpientes estaba surtiendo efecto. La funcionaria que me atendía me miraba con compasión. Para colmo, tuve que pagar en veinticuatro mil cuotas el grosero precio que tienen en Chile los pasaportes. Magdalena: 2- Deidad: infinito. Pero como la deidad ha olvidado las costumbres del Olimpo ha sido compasiva y el veneno no nos ha matado; sí estamos todos agónicos, pero creo que esta vez la tormenta pasará. Solo le pido al Cielo que esta noche sea de descanso y nos permita olvidar revelaciones. Elevaré así mi oración: Hazme ciega y obediente. Amén.

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