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La educación con sentido: escuelas creativas

Escuelas creativas. Ken Robinson. Editorial Grijalbo, 2015. 327 páginas.

Me ha tocado la fortuna de leer Escuelas creativas del autor inglés Ken Robinson, publicado bajo el sello de Editorial Grijalbo. El británico es un escritor, educador, conferencista y entre sus méritos podemos destacar que fue nombrado sir en 2003 por Isabel II y que se hizo famoso por su charla TED del 2006 titulada Las escuelas matan la creatividad. Debo decir que ha sido una experiencia muy placentera enfrentarme a este texto pues contiene un material que atrapa y dialoga, fecundo en ejemplificación de cara al actual sistema educativo. La teoría va de la mano con experiencias reales de protagonistas del escenario escolar internacional. En pocas palabras, Escuelas creativas nos habla acerca de cómo el sistema educacional ha ido estandarizándose al punto de tratar a los alumnos como una masa, como productos en serie de una fábrica, donde se pierden las particularidades de las personas y donde no se da lugar al arte y la recepción estética. Este modo de aprender que nos heredó la revolución industrial deja mucho que desear al momento de proyectarnos. Si el plan ideal de la formación, en sus orígenes, pretendía perfeccionar al ser humano en cuanto tal, vemos con el análisis del autor inglés que el propósito se ha alejado de lo pretendía ser en un inicio. Sucede que, como asevera el británico, ahora el sistema educativo se rige por finalidades estrictamente económicas y, aunque a nivel mundial se pretende mejorar la educación, sobretodo la pública, estos intentos son en vano porque las nuevas metodologías que se implementan cambian de forma, pero no de fondo. Y ahí está la traba del asunto. Robinson afirma que el sistema actual margina a muchos individuos que, por ejemplo, no se acomodan a una educación de multitudes, sino que requieren de algo más personalizado o a aquellos que en realidad no debieran especializarse en universidades, sino que podrían buscar otras alternativas como emprender o dedicarse a tareas que no impliquen pasar por la universidad. Lo que llama la atención en Escuelas creativas es el papel esencial que le entrega el autor al arte. Asegura que en el modelo educativo que mencionamos hay cada vez menos espacio para el arte, la música, la literatura, en fin, para contemplar la belleza. Él ve esto como un síntoma de una educación que nos insta a lo entendido como políticamente útil. Cree él que la creatividad y el pensamiento divergente (los conceptualiza como cosas distintas) son elementos claves que podrían ser las llaves necesarias para abrir y dar paso a una nueva educación, donde todos seamos más plenos y de la cual todos podamos beneficiarnos. Por eso considero que es importante leer esta obra para saber enfrentarnos a los desafíos que vienen por delante en temas de formación; por otra parte, se trata de un libro amigable que permite navegar en él sin perderse en tecnicismos ni conceptos elevados. Se trata de una obra que, al igual que en el ideal de una educación pública, es de calidad y para todos.

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La Real Academia de la Ñoña

  
Así es: soy una rebelde encubierta en el mundo académico. Y es que no me podría llamar así de ningún modo, aunque sepa cosas de las que ni yo misma sé que sabía. Pero ese es otro tema. Solo vivo con los ojos bien abiertos, demasiado quizá, y muy al sol. Me escapo de las ciudades porque olfateo que es cierto eso de que son irreales. Tan de polvo y tan soberbias, tan “necesarias”, tan inventadas y en un chasquido de dedos “paf”. Prefiero vivir sabiéndome con un pie en la tumba. Intentando agradecer siempre, desde mi pequeñez, olvidando hacerlo de vez en cuando y creyéndome diva en otras ocasiones. En fin, siendo humana, pero con la particularidad de saber ser invisible. Es una cualidad que poseemos todos los ñoños. Yo me acuerdo que en el colegio, cuando jugábamos a las naciones, quedaba hasta el final, nadie me quemaba, muchas veces ganaba, y ciertamente no por mis habilidades atléticas. Escapaba a toda costa de las clases de gimnasia, mi libreta estaba repleta de “justificativos” médicos para faltar . Doctora Cordero sería una palomilla blanca al lado mío. Tengo un delicioso hijo que a los 5 meses fue diagnosticado con hipotonía. Resonancia magnética, terapia kinesiológica y los horrores del abismo, y nada, simplemente era un asunto genético. Y yo creo que sin duda yo fui una hipotónica no diagnosticada. Pero esto nada tiene que ver con la capacidad que tenemos los ñoños, aunque debo decir que muchos ñoñitos deben ser hipotónicos. Yo quedaba hasta el final en las naciones porque sabía meterme adentro de mi coraza. Se debía simplemente a que sabía cómo hacerme invisible. Y hoy sé desaparecer cuando las críticas me parecen absurdas, cuando miro el mundo en que tengo que meter a la fuerza a mis hijos, en una educación artificial, llena de ojos ajenos hostigadores. Qué difícil es saber que se trata de arreglar una educación en la que no se sabe qué es lo que se tiene que arreglar, se habla de lucas, de cifras, de educación gratis, de derechos. Y Ok, en eso de la educación gratis creo que casi todos ya estamos de acuerdo, pero nadie habla de fines. Es todo tan simplista y racionalista. Y así, a combos, todos nos sacamos la madre, logramos una que otra cosa, y al final somos unos pobres collages con cierto conocimiento, especialistas en nuestros campos, expertos, campanas, pero llamando a nadie. Todos suenan y resuenan y a uno no queda más que taparse los oídos porque ya no hay más melodía, se trata solamente de campanas con pataletas. Triste panorama. Decía hoy el Papa Francisco que Es hora en que los padres y las madres regresen de su exilio, – porque se han auto-exiliado de la educación de los hijos -, y re-asuman plenamente su papel educativo. Qué razón tiene. Algunos tomarán sus palabras a su modo, seguro, siempre pasa. Los homeschoolers lo alabarán, los colegios católicos comenzarán a impartir la necesidad de protagonismo de los padres en sus programas, cada cual según su necesidad. “¿Qué dijo, Papa?” preguntarán algunos, “¿saco a mi hijo del colegio? Sabe que me pasó tal o cual cosa el otro día, el profesor le dijo no sé qué a mi hijo, ¿lo cambio? ¿lo dejo en la casa? ¿partimos todos a la punta del cerro y hacemos comunidad, hacemos una huertita?”. No sé, yo soy solo una ñoña, no sé responder preguntas tan trascendentales, si no, no estaría donde estoy. Lo que si sé es que es bueno que se plante la semilla del inconformismo en este sentido. Que dejar a un niño en un jardín infantil o colegio no sea un respiro de spa, que sea siempre duda, duda de si estamos haciendo lo correcto, de si se puede hacer mejor. Yo quisiera nunca descansar en este sentido, con los ojos bien abiertos, muy cerca del sol, que el día en que me adormezca sea el día en que me muera. ¿Cómo tener cierta paz? Pedir, rezar, rogar, pedir Luz. No sé funcionar de otra manera y no me avergüenza decirlo. No soy de fórmulas y no sé bien ni siquiera por qué estoy escribiendo esto, solo sé que en la mañana desperté con ganas de escribir porque soñé que estaba en la azotea de un edificio con mis hijos y de pronto comenzaba a caer una lluvia de estrellas fugacez.

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Un dulce cadáver exquisito.

cuerpo

Mis alumnos del Taller de Escritura Creativa de la Universidad de Los Andes realizaron este cadáver exquisito como primer ejercicio colectivo. La idea era rescatar de manera individual algo más coherente y atractivo de la propuesta inicial que hicieron a nueve manos. Así fue cómo encontramos el cadáver…

Entrada la madrugada, el sujeto se deslizó por la puerta y sacó de su chaleco negro un cuchillo. Tenía que ser rápido y actuar sin titubeos; ante el mínimo estremecimiento todo se iría a la mierda en un instante. Pero en medio de todo recordó que en su bolsillo se hallaba el último cuchuflí. ¿Cómo lo usaría? ¿Cuándo sería el preciso instante en que todo se llevaría a cabo? No era tiempo aún de saber la respuesta, quizá otro día se decida a usarlo. Después de todo, la decisión es un problema delicado. Se recuerdan casos, por ejemplo, de cómo este instrumento electrocutó un gato. El pobre jamás había causado mal alguno, pero un día decidió salir a pasear.  Con un par de sandalias  y 62 pesados años en el cuerpo, se decidió a hacer lo que nunca había hecho: pedirle al vecino que dejara de tocar batería. Sin embargo, el vecino no estaba. Descubrió que no era más que el arrítmico palpitar de su cerebro. Todo se hacía, de pronto, difuso. Sólo podía ver a su propia sombra que le pedía un cigarro. Se lo cedió con una sonrisa cadavérica. Esa maldita sombra lo estaba dejando sin cigarros, y era hora de deshacerse de ella. Se encasquetó el sombrero verde limón y salió tarareando a la calle. Mientras tarareaba una dulce melodía, su loro verde limón, a juego con su polera, la seguía volando por sobre su cabeza y llamando la atención de todo el pueblo. Pero pronto la desviaban para fijarse en que todos los animales la seguían sólo por su música. Y era cierto, los animales escuchaban aquellas misteriosas melodías y no podían evitar seguirla. No era que quisieran saber de dónde provenía, para eso no tienen entendimiento; escuchaban los ritmos y quedaban como hipnotizados. Pero después de todo no importaba. Como la luz rota entre las hojas de los árboles, sería como si nunca hubieran estado en otra parte ni en otro momento. Quedarían suspendidos en eso que sonaba diluyendo su voluntad.

Trinidad Barriga

J. Tomás Fuenzalida

Alfonso Herreros

Magdalena Navarro

Ismael Sánchez

J. Agustín Silva

Felipe Stark

Ignacia Ugarte

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