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Literatura orgánica

Lo que me interesa mostrar del mundo es lo que puedo ver en él: sospecho que a veces no es lo mismo que aprecian otros y creo que en saber leerlo está la gracia. Es como reescribir una obra una y otra vez. Muchas veces será solo repetición, en otras se logrará lo que ninguna alcanzó o supo decir. Esa epifanía es la que realza el relato, la que da tono y sentido. Me gustaría evidenciar todos los tonos del mundo, las alegrías y angustias, los ancianos, niños, padres, solitarios, peleas en el bar y reconciliaciones que parecían imposibles. Me muevo en la esperanza, recorro caminos que no siempre me gustan, pero por alguna extraña razón termino escribiendo en la luz, nunca a tientas, siempre esperando que todo el caos no sea tal. Sueño-escribo sobre lo bello, lo bello y lo verdadero como si las huelgas y el smog fueran parte de una pesadilla. Escribir sobre el mundo me despierta y me instala en una casa a mis anchas en una ciudad libre de contaminación, donde los niños tienen derecho a serlo y nadie se toma tan en serio a sí mismo. Me interesa mostrar el sentido común del mundo, lo simple, y lo que una poética orgánica le puede entregar todavía a la humanidad. Escribo un poema porque la vida con música es más llevadera y feliz; le enseño a mis niños en cifrado poético porque es el lenguaje que entienden ellos con naturalidad. Ellos son muchas veces los que “escriben” primero y yo simplemente transcribo, son las grandes musas de esta mujer, de esta escritora. ¿Qué forma adoptaría mi poesía? Pues me encantaría que tuviera la forma de altos y bajos (¿un caligrama como la Cordillera de los Andes?) y que, finalmente, se apreciara su tallado de esperanza.

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Una historia con huella de perro.

Andersen

Para Clarita.

Blanquita era una linda cachorra que había llegado a alegrar a un matrimonio y su pequeña hija de un año. Tenía la suerte de tener una vida tranquila en la casa de campo donde vivían. Ella les daba color a la vida de sus amos, en su compañía olvidaban algunas penas pasadas, como lo mucho que les había costado tener hijos. El día que había llegado a su nuevo hogar se había encontrado con una especial pareja de “pájaros inseparables” que tenían sus dueños en una jaula, y los había escuchado hablar bajito: ella es una perra de paz, no hay peligro, habían dicho. Y era verdad, con Blanquita los pájaros no corrían riesgo alguno, a ella sólo le interesaba jugar, dormir y comer. Había suficiente espacio en el jardín de la casa, por lo que se sentía muy feliz. Tenía todo lo que quería. Podía divertirse corriendo y descubriendo todo con el bebé del matrimonio y los pájaros con el tiempo se habían hecho grandes amigos de la cachorra. Le encantaba su canto y todas las historias que le contaban acerca del país de donde venían. Todas los cuentos que les contaban hablaban de animales que trabajaban día a día por su comida y su familia, y a ella le parecía gracioso e interesante a la vez. Me encantan todos sus cuentos, le dijo un día Blanquita al matrimonio de pájaros, me gustaría ser como los héroes de los que hablan. No imaginaba ese estilo de vida tan lleno de dificultades. Parecían pájaros mágicos, pensaba ella, y opinaba que hacían un matrimonio perfecto: nunca nunca nunca los había escuchado discutir; eran lo más parecido a los humanos según su entender. Pero creía que mejores. Reían, jugaban, comían y se arreglaban las plumas mutuamente. Blanquita se sentía parte de su familia, era como la cría que no tenían. Si le hubieran preguntado qué hubiera preferido, si ladrar o cantar, seguro hubiera respondido que cantar como las aves, ¡así de grande era su admiración!

Cada vez que llegaba la primavera, ella y los pájaros sentían que no podían ser más felices: los árboles daban sus frutos, las flores se abrían y bailaban bajo el sol, los animales corrían gritando: ¡ya va a nacer! ¡ya falta poco! ¡bravo, bravo ¡yujuuuuu!, anunciando que pronto serían más y más en sus familias, y la temperatura los invitaba a estar todo el día descansado bajo el abrazo de la luz. Pero cierto año la primavera fue rara. Muy rara. El tiempo no había sido cálido como siempre, el sol se escondía, incluso llovía a veces. Los animales en general estaban confundidos, se rascaban la cabeza tratando de entender cómo las montañas podían estar nevadas en esa época del año. Una fría mañana, Blanqui fue a comer su desayuno que con cariño siempre le dejaba su amo, y le llamó la atención que los pájaros seguían durmiendo adentro de la casita que estaba en su jaula. ¡Qué flojos estos!, pensó, pero bueno, a cualquiera le dan ganas de quedarse en la cama con esta helada. Lo que no sabía la cachorra era que el frío era uno de los grandes enemigos de los inseparables y que ese día había sido el día con menor temperatura del año. Entendió todo cuando vio que sus amos abrían la casa de la jaula. Una lágrima había caído por la mejilla de su ama y la familia se había abrazado con fuerza. Los pájaros no se despertarían porque estaban muertos y se habían ido al Cielo, le decían a la bebé, mientras Blanqui miraba cómo las aves habían fallecido apoyando su cabeza uno sobre el otro, con cariño, agradeciendo a Dios que, como su nombre lo decía, se iban juntos. El sol estuvo escondido todo ese día; la cachorrita sentía que también estaba negro su corazón. Se sentía huérfana. No quiso comer, no quiso beber ni jugar. Echaba de menos a sus amigos, el canto y las historias. Sólo cerró los ojos e hizo como si estuviese durmiendo, pero no pudo ni soñar. Al día siguiente, sus amos, preocupados, la sacaron a pasear. Le dijeron que la necesitaban para alegrarse, que a ellos también les daba mucha pena, pero que la vida seguía. La bebé la abrazó y acarició y fue en ese instante cuando Blanqui recordó que todas las historias que les contaban sus amigos pájaros eran sobre animales que terminaban siendo héroes, que luchaban todos los días, aunque pareciera que no tenía mucho sentido, por su comida, por su familia, por sus amigos. ¡En ese momento entendió! Una ampolleta perruna iluminó su cabeza y supo que ella estaba viviendo uno de esos cuentos, ya no era fantasía, ahora era realidad, y ella no estaba huérfana, sino que su familia siempre había sido esa, la de humanos. Ese matrimonio no tan perfecto con una bebé juguetona y tira cola. Esa era su historia y ese sería su canto. A partir de ese día ya no tuvo más pena y empezó a escribir su propia leyenda, una historia con huella de perro.

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Poi si tornò all´eterna fontana.

Con mucha impresión me he leído “Una pena observada” del autor C.S. Lewis. Digo impresión porque si hubiese estado soñando hubiera pensado que se trataba de un sueño dentro de un sueño. Al repasar las palabras, me parecía que él estuviese describiendo justamente todo lo que yo había pasado y pensado desde la muerte de mi (nuestra) hijita Sofía de 7 meses de gestación. Lewis lo escribe a propósito de la muerte de su señora, Helen Joy Gresham. Un ser humano tan intelectual para algunos, tan académico, tan profesor, tan usted y tan señor, se pone a escribir desde el corazón, desde el pathos mismo. De hecho según el prólogo del libro (que lo escribe su hijastro) el autor nunca pensó en publicar sus pensamientos acerca del suceso, sino que más bien eran hojas que intentaban pararlo más o menos estable dentro de ese terremoto emocional, palabras para desahogarse, para entender quizá. Es un libro corto, cosa que nos dice que la tristeza no es una serie de pasos, sino que uno decide “terminarla” cuando comprende que es un proceso con el que uno cargará por toda la vida.

No me avergüenza decirlo (en realidad ahora pocas cosas me deshonran): tuve que recurrir a un psiquiatra. Y, claro, medicamentos y todo lo que eso implica; ser un poco zombie, estar un poco frustrada, agregar pena a la tragedia. Pero Lewis escribe que sentía lo mismo que yo le conté al psiquiatra. Bueno, mucho más brillantemente y con el lenguaje propio, yo prácticamente ladraba y si luego el doctor agregaba la pregunta de a qué me dedicaba tenía que esconder la cabeza para responderle que hacía clases de literatura y lenguaje. Yo no sé si Lewis tuvo que pedir ayuda e ir a ver a un especialista, yo no sé si tomaba algo que ordenara sus neuronas (también desconozco si en esa época existía algo así), pero él describe lo mismo que yo al principio:

Nadie me dijo nunca que la pena se siente casi igual que el miedo. No tengo miedo, pero la sensación es la misma; esa agitación del estómago, esa inquietud, bostezos. Paso tragando saliva. (…) Me cuesta absorber lo que dicen los demás. O quizá no quiera escucharlos. Es tan sin interés. Pero deseo que los demás estén cerca. Me aterran los instantes en que la casa está vacía. Si tan sólo hablaran entre sí y no conmigo.

Yo también, como Lewis, pensé que era una tortura que me mandaba Dios, yo también tenía y tengo ese miedo que acecha en cada rincón, esa pena, ese morbo, esa condena de no tener buenas “fotos”  y recuerdos de ella. Pero igualmente pienso que su idea completa no es la que yo poseo, y que si me acerco a Dios me acerco a mi hija, pero que tengo que ordenarme: primero Dios, después Sofía. La amo, y cómo la amo, pero primero el Amor. Desde mis incompetencias puedo sospechar que Dios me mandó esto para desear el Cielo, pero con la trampa de que ese anhelo estuviera marcado por mi maternidad, de las ganas de volver a estar con Sofía. Pero ahora, ya pasado un poco el tiempo, veo que también quería decirme que ese era un regalo, pero ese regalo no se hizo solo, por lo tanto… ah, y cómo menciona Lewis eso de que su fe estaba hecha una casa de naipes, y que Dios quería destrozar ese hogar para que creciera en su credo: ¡cómo lo entiendo! Cuando murió Sofía me consolé diciendo: bueno, ella está en el Cielo, eso es seguro. Y algún día me reuniré con ella. Pero a los días me arrastraba pensando: ¿verdaderamente creo en el Cielo? ¿dónde está? ¿dónde está ahora mi hija? Y me di cuenta que tenía mucho camino por recorrer, que mi fe no era ni un cuarto de lo fuerte que yo pensaba que era. Ahora sólo me queda abrazarme, aunque sea colgando a la Misericordia de Dios, al manto de la Virgen, a todo aquel que me pueda hacer crecer en  la fe. Haciendo eso me acerco a Sofía. Perdón, haciendo eso me acerco a Dios, luego a mi Sofi.

Y… las coincidencias… que no son… Lewis nació un 29 de noviembre, fecha estimada del parto de Sofía. Ella partió a la fuente eterna el 12 de septiembre, día del Santo Nombre de María, día de su Mamá Perfecta a quien siempre le pedí ayuda y con la cual está ahora regaloneando. Ella sabe que mañana, 12 de diciembre, en que se conmemora la aparición de la Virgen de Guadalupe, estaremos todos unidos y rezando para que el Señor nos envíe un hermanito(a) y, lo más importante, que la Misericordia permita que todos nos reunamos en el Cielo y recuperemos el tiempo perdido.

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Víctor Díaz

Tu nombre nos recuerda que el hombre, en su inocencia, es victorioso frente a la tragedia. Volvemos a recordar cómo éramos en esos años que ya están demasiado atrás, miramos con tus ojos. Dejamos de especular, renunciamos a buscar culpables, tenemos pena y miedo (nuestros ojos son reveladores, no nos podemos ocultar), pero la vida está ahí, esperándonos. Ya no ponemos los sentidos sobre el ladrón de lavadoras o LCD, recordamos cuáles son las prioridades, buscamos también a nuestro mejor amigo del mundo, nos preguntamos cómo estará, sabemos que muchas veces nos hemos peleado con él o ella, pero da igual, un tiempo después la amistad siempre ha trascendido, eso es lo que importa. Reconocemos la belleza hasta en la voz o en la manera de hablar de una persona, nos enamoramos de esos detalles: nos volvemos a sorprender. La vida nunca nos ha sido regalada, hemos tenido tragos amargos, comidas malas, tallarines pegados, porotos negros, pero de todos modos han sido buenos alimentos, nos han ayudado a memorizar lo que realmente interesa. Sabemos que todo eso es necesario. No queremos dejar de aprender, necesitamos nuestro lugar, y queremos, como Víctor, casas pulentas para todo Chile. Y sin duda queremos que todos los niños tengan la atención y ayuda que ha logrado tener este amigo tan querible.

Repaso que he visto demasiadas mariposas blancas el último tiempo. He observado cosas horribles desde el 27 de febrero de este año, pero al mismo tiempo he escuchado y descubierto bendiciones, como todas las ocurrencias del “Zafrada”.

Víctor, lo sabes, tu nombre es victoria y nada es azar. Chile tiene que parecerse a ti, el país te agradece las risas que nos has regalado, tu generosa esperanza es recompensada del mismo modo. Te lo mereces, sin duda. Ahora que tendrás tu casa, cúbrete ahí, que tus padres te guarden de cualquier murmuración, de las luces excesivas, que el mundo no te quite tu inocencia. Ciérrale la puerta a los curiosos, agradece con cariño (vive agradecido), sé humilde, como siempre lo has hecho y luego desaparece, como si hubieses sido un ángel. Ya nos has dado la fuerza, ahora cuídate tú. Tu familia y Dios sabrán hacer el resto.

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9

Dirección: Shane Acker./ Guión: Pamela Pettler Shane Acker y Tim Burton./ Género: Animación./ Duración: 70 min.

Hay tragedias que nos hacen entender. En medio de un Apocalipsis podemos apreciar cómo todavía hay luces y cómo Dylan Thomas, el poeta, sigue lamentándose por la progresiva muerte de la claridad. Rabia dice sentir. Rage, rage against the dying of the light, más precisamente. Qué tan simples podemos llegar a ser los humanos, cuáles son los alcances que tenemos, en quiénes depositamos nuestras seguridades, son algunos de los temas que se tocan en esta profunda animación. Las máquinas se han sublevado ante sus creadores y el mundo ya no conoce criatura humana. Muerte y desolación es lo que queda. Sólo han sobrevivido un par de muñecos de trapo que intentan mantenerse a salvo de la llamada “bestia”. La llave del caso está en manos de 9, un muñeco que azuzará a sus compañeros para detener las muertes de sus camaradas. 9 nos habla de lo real en animación, de cómo el progresismo ha logrado entrar hasta en lo más íntimo de nuestras casas anulándonos, quitándonos la capacidad de pensar por nosotros mismos, cercando nuestra libertad, decidiendo por nosotros. Vemos a los muñecos de trapo que se enfrentan a una enorme máquina aniquiladora y ahí estamos perfectamente parados nosotros, la miramos a los ojos y con eso está todo perdido, ella se lleva nuestra alma y no la suelta, la deja estrecha entre paredes sucias y ruido de metales. Como los cuentos que nos remontan a nuestra infancia, como los que realmente importan (donde “está todo”) 9 nos hace volver a intuir qué es lo que está pasando a nuestro alrededor y mirar desde una perspectiva esperanzadora. Puede que estemos en el mismo caos, pero siempre hay uno o un nueve que nos sacude del sopor.

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A-H1N1

Public Domain / Tukka

Public Domain / Tukka

Cierto, somos tan humanos y a veces un poco puercos también. Ni pollos ni cerdos saben psicopatearse como nosotros hacemos. ¿Hay que correr hacia la bodega, el sótano, el barco sanitizado, el globo aerostático y dejar de respirar? Los animales se ríen de nuestras mascarillas gastadas por la humedad. Los castores van a empezar a construir diques con nosotros y vamos a ver cómo pasa el agua y cómo se nos va la vida. Se nos olvida el infinito, se nos olvida la esperanza: se nos va así de fácil y nos quedamos mirando, esperando a que salgan más fuegos artificiales de la televisión. Queremos acción, queremos malas noticias. ¡No corten! Torpes, hemos caído en nuestra propia trampa. Torpes, se nos olvida que nos debemos a todos, que a estas alturas uno no se puede dar el lujo ser un cerdo. Vamos, que los científicos aprendan la verdadera definición de humano: todavía hay tiempo.

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