Archivo de la etiqueta: Literatura

I. El pánico.

Y bien, después de mucho volvemos con un nuevo proyeto: la que escribe junto a Camila Rodríguez, nuestra enviada especial en Canadá, crearemos en conjunto una pequeña novela por entrega. ¿Cómo será la metodología? Simple, cada semana publicaremos un capítulo. Así, el ejercicio escritural consistirá en seguir la historia con lo que la otra haya tejido recién. Sin ponernos de acuerdo en nada, elaborando según lo que dicte la inspiración.

Debo decir entonces que le doy la bienvenida al capítulo nº 1. Amén.

 

Imagen

I. El pánico.

«Si alguien se llegara a enterar, no podría resistir el pánico», habría escrito Miguel antes de suicidarse. Eso me estaba contando José, su hijo, cuando se le derramó el café. Sus manos temblaban y miraba a alguien que pasaba por fuera del restaurante. “Creo…”, me susurró, “creo… o estoy casi seguro, cada vez más, creo, tú sabes, y yo… que puede no haberse tratado de un suicidio. Conoces todo lo que sabía mi papá, sus investigaciones, sus luchas, sus peleas, pero esto último… esto nadie lo sabe, incluso yo no creo estar seguro de qué se trata.”

No sé por qué me molestaba el suelo sucio y el mozo en su intento de limpiar el café. A veces las cosas se deberían dejar así, pensé, aunque en este caso era mejor llegar al fondo del asunto.

José miraba hacia la calle. Se le empañaban los ojos cada tanto y tomaba aire para volver a retomar la palabra. Yo conocía a su familia desde muy pequeña y si había algo que podía dar fe acerca de  su papá era que la integridad lo definía por completo. Un pan de Dios y un justiciero. Por eso mismo no me llamaba la atención que tuviese tantos problemas y enemigos a lo largo de su vida y por ende el cuento del asesinato me hacía bastante sentido. Yo miraba a mi amigo y me limitaba a escuchar, a sentir y tratar de contenerlo, pero qué tanto podía hacer cuando no había pasado más de una semana desde que Miguel había dejado de estar entre nosotros. Ahora era un pañuelo. Nada más que eso. Después podía ser, quizá, un arma.

El pánico. O algo parecido al el horror de “El corazón de las tinieblas”, el mal profundo en el corazón del hombre, nuestra naturaleza bañada en barro y ríos de sangre. El café en el suelo y el olor a desinfectante en el trapo del mozo. “Mata el 99,9 de gérmenes y bacterias”. Por Dios qué importante era ese 1%. Ahí estaba la clave. En eso justamente estaba pensado mientras me hablaba cuando José se levantó de golpe de su silla y salió corriendo. Me fijé que había dejado su bolso del computador, así que lo tomé rápidamente y lo seguí. Iba tras de un personaje que había estado mirando desde el inicio de nuestra reunión. El tipo corría sin mucho éxito porque era cojo por lo que no me alarmé y me aseguré que José lo alcanzaría más temprano que tarde. Pero cuando llegó a la esquina de la calle un auto frenó y se llevó al susodicho. Alcancé a ver a una mujer de unos 40 ó 50 años que manejaba. ¿Su cara? Podría decir que me sonaba familiar, correspondía al prototipo de mujer chilena. En fin, si saliera en el diccionario una definición de “chilena” una foto de ella podría ayudar de mucho. No sé si me doy a entender. Bueno, a los hechos: José retrocedió abrumado y fue hacia mi. Me abrazó y en un hilo de voz me dijo: “Lo vi en el funeral de mi papá. Ahí estaba. Nadie supo decirme quién era y ahora, cuando se dio cuenta que lo estaba observando y quería preguntarle, salió corriendo.”

Lo fui a dejar a su casa, regalándole palabras en el camino que intentaran calmar su incertidumbre. Trataba de convencerlo que se trataba de una coincidencia, que quizá el tipo se había asustado por cómo se había aproximado, bla, bla, bla. Cosas que ni me las tragaba yo en verdad, todo tratando de calmar su angustia. Lo cierto es que sabía que José iba a llegar a su casa a pensar en lo sucedido y trataría de averiguar lo más posible sobre el caso. Y sinceramente lo mismo hubiese hecho yo.  ¿Qué podía hacer para ayudarlo? Quizás no demasiado, pero algo tenía en mente.

 

 

 

Deja un comentario

Archivado bajo Uncategorized

La fábrica de los cuentos.

La fábrica de los cuentos.

La fábrica de los cuentos abre sus puertas.

Queridos alumnos:

¡Es aquí donde deben dejar sus comentarios! Sí, con sus historias completas, sinopsis o parte de ellas. Como gusteis. Todo con el fin de aprovechar esta última semana y poder comentar, corregir y editar lo que sea necesario. Son bienvenidos todos los lectores que paseen por esta página que quieran dejar sus palabras de aliento. ¡Ánimo y adelante!

5 comentarios

Archivado bajo Textos

Las propuestas iniciales.

Boys_Playing_Marbles_Andre¦ü-Henri-Dargelas_Public-Domain

Otro ejercicio interesante al momento de practicar la escritura creativa es utilizar ciertos juegos como los dados Rory’s Story Cubes. Estos nos permiten forzar la pluma hacia ciertas situaciones o personajes que no necesariamente estaban dentro de nuestros itinerarios. Practicamos así el método (sin dejar el goce de lado) y nos permitimos poner en pausa la pura inspiración. Este fue el segundo ejercicio que realizamos en el taller, basándonos en las historias que la mayoría ya tenía en mente. La idea era tirar el dado cuantas veces quisieran y así ir hilando nuevas ideas, personajes y situaciones que podrían componer lo que va a ser el gran cuento final. Creo que fue una experiencia motivadora para todos, incluyéndome. Lo que podrán encontrar acá son algunas de las propuestas que nos ayudaron a crear los Rory’s Story Cubes.

«Descubrió que la clave para el control del viento residía, principalmente, en el control de sus emociones. Si estaba alegre, soplaba una suave brisa y no había problemas; pero, si se enfurecía, se podía desatar un vendaval del que no tenía control. Por lo tanto, debía mantener un fuerte dominio sobre sus emociones de manera que no fueran ellas quienes mandaran, sino ella (nombre)».
«La tristeza al saber la muerte de su mejor amiga la invadió. Sabía que no debía perder el control de ella misma, pero, francamente, no le importaba. La pena la consumía, pero ni una lágrima cayó de sus ojos. El viento desapareció; no fue como si dejara de soplar, sino que simplemente no estaba, se había formado un vacío en el aire. Vacío que la gente sentía ya que, repentinamente, les costaba respirar. Se ahogaban de la misma manera en que ella se ahogaba en su dolor».
«Conocía el nombre de su asesino. Supo su nombre y todo se volvió negro. La ira tomó control de su cuerpo y dio forma al viento. Jamás nadie había visto tal vendaval. Los árboles eran arrancados de raíz, los tejados de las casas se desprendían y la gente debía aferrarse de donde podía (lo que no era mucho). Todo lo arrancado giraba alrededor de ella, al compás de su pelo también descontrolado. Nada ni nadie podía calmarla. El asesino no tenía escapatoria».
«Sólo él podía calmarla. No podía acercarse mucho, pero ponía todo su esfuerzo en avanzar y hacerse oír por sobre el ruido. Él era el único que conocía su poder por asistir, desgraciadamente, a la primera manifestación de éste (no es buena idea hacerla enojar). Ya estaba cerca. Ya casi podía tocarla. La tomó de la mano y la giró. Sentía su ira y casi retrocedió. Sin embargo, la abrazó, le dio un beso en la frente y susurró: «tranquila…» El viento amainó bruscamente. Su pelo cayó con suavidad sobre su cara y lo miró. Y lloró».
Trinidad Barriga Cruzat.
El dios del trueno.
Todo era más simple cuando los vikingos aún poblaban la tierra. Nuestro consistía, solamente, en proteger a los humanos de los gigantes. Pero luego llego el romano, el hombre civilizado que arraso con los bosques para construir sus ciudades.  Aquel hombre que aprisionaba los campos con adoquines para adornar su incapacidad de dar brote a un nuevo pensamiento. Para los hombres pasaron muchos años, y con el paso de estos fueron olvidándose de nosotros, ahora no somos más que una historia que se les cuenta a los niños. Ya no saben distinguir si venimos de Grecia o Britania. Somos sólo ficción. Mi nombre es Loki, dios del engaño y las travesuras. ¿Cómo pueden creer lo que voy a contar si soy el dios del engaño? Bueno, no lo hagan, soy un simple mensajero del legado de mi hermano y quiero traspasárselo a ustedes. Aún recuerdo la primera vez que vimos a Emer. Thor y yo queríamos visitar Midgar, pero Odín no lo permitía. Por esto decidimos escabullirnos por uno de mis pasadizos para salir de Asgard. El problema fue que, al no ser como el Bifrost, nos dejó en una zona que desconocíamos, una pequeña ciudad en la isla llamada Irlanda. El paisaje deslumbró nuestros ojos, la vegetación era impresionante, una manta verde cubría las colinas mientras lagrimas del cielo mojaban nuestros rostros. Sin embargo lo más hermoso era ella, una joven caminaba bordeando el río. De pronto la orilla se derrumbó y ella comenzó a caer, Thor se precipitó a rescatarla y logró sacarla del río antes de que se ahogara. ¡Por Frejya! Ella era preciosa.  Una cabellera negra azabache enmarcaba su cara, de nariz pequeña y tez blanca; labios brillantes, pero desgastados por el implacable clima de esa región; su silueta era sencilla y bien definida, de estatura pequeña. Lo más perfecto eran sus ojos, ojos de un verde escarlata que reflejaban a la perfección el color del paisaje. Thor la despertó suavemente, ¡que ganas de haber sido yo quien la rescató! Creo que fue amor a primera vista, mi hermano la conquisto con su caballerosidad y melena dorada, sus penetrantes ojos azules marcados por una estrella en la iris fueron los que le robaron el corazón a la mortal.
Carlos Rodríguez Hurtado.

  Cuando se murió mi bisabuela. Recuerdo pocas cosas, pisos de madera, en el patio un parrón, quizá, que ya no daba uvas, porque parece que todo en esa casa se iba muriendo. Tenía 5 años y  estaba con mi hermano Claudio, mi hermana Filomena y mis primos Jorge y Diego. Jugábamos debajo del parrón y yo vestía un trajecito de lo más ridículo, el traje sumado al calor de esa tarde de verano, hacía que me picara todo el cuerpo. De pronto nos llamaron adentro de la casa, para celebrar una misa por mi bisabuela. Siempre me llamaba la atención que hubiesen tantos señores, en estas cosas familiares,  que te demostraran tanto cariño sin que me conocieran realmente. Yo jamás había hecho nada por ellos y aun así me daban besos y me decían que estaba grande, que por lo demás, yo sabía que no era cierto. Muchos me dijeron que me habían conocido de guagua y eso me dio vergüenza, se supone que solo mi mama me debió de conocer de chico. El hecho de que gente extraña me hubiese visto quizá desnudo, aprovechándose de mi inconciencia de recién nacido me resultaba sumamente inquietante y hacia que me picara aún más el cuerpo. Durante la misa moleste a mi mamá sacándome los mocos, ella me pegaba en la mano cada vez que la metía en mi nariz. Este es un favor que le hago a veces a mí mama, porque después le cuenta a sus amigas que Alfonso esto, Alfonso lo otro y se ríen a carcajadas de las cosas que hace uno. Es para que haga cosas de mama y  se sienta orgullosa de ello. Después de la misa, nos llamaron a todos los primos porque nos tenían una sorpresa. En el segundo piso, lugar al que jamás habría tenido la osadía de subir solo, había una mesa. En esta mesa habían repartidos, cientos de cosas, lapiceras, relojes, cadenas, fotos, adornos, etc. La idea era que cuando contaran tres, cada uno sacara lo que le gustase. Como yo era pequeño, cuando comenzó la repartija no pude sacar nada, asique mi papá saco una cortapluma para mí y me la dio. En un principio no le di mucha importancia a la cortapluma.

J. Agustín Silva Alcalde.

  Cuando desperté vi algo raro en mi cama; yo no recuerdo haberme acostado en este lugar. Y esta camisa ¿Cuándo me la puse?  Me tiene los brazos entumidos. – ¡Ana!  ¡Ana ven aquí por favor!                                                                                                                                               – Silencio don Juan que va a despertar a los demás.                                                                                                                    – ¿Qué demás? ¿Quién es usted? ¿Dónde está Ana? ¡Ana!                                                                                                    – Cállese, que está en un hospital -le dice la enfermera en tono firme y casi susurrando.                                                                                                                                                                                        – ¿Quién es usted? ¿Por qué me hace callar?                                                                                                                               – Soy la enfermera que esta a cargo de usted, y le hago callar porque no se puede gritar en un hospital. ¿Por qué estaré en un hospital? ¿Habré tomado tanto anoche que  no me acuerdo de nada? pero ayer fue lunes, yo no tomo en días de semana. – ¡¿Qué está haciendo?!                                                                                                                                                                    – Le pongo una inyección para que se tranquilice. Eran las seis de la tarde, ya había pasado un mes desde que Juan está internado; Ana está en el pasillo, siempre atenta a lo que pasa, es que aún no puede creer lo que sucedió. -¿que pasó? hasta acá se escuchaban los gritos de Juan, ¿se va a mejorar?                                                                        -no creo, ya es quinta vez que se levanta pensando que está en su casa, no entiendo por qué no muestra mejoría, pero ya lo sabrá el medico con los exámenes.                                                                                         -espero que se mejore, no se qué haría sin él. “Más de lo que haría con él” pensaba la enfermera, riéndose por dentro pero mostrando compasión en el rostro. 2 de Febrero Cuando Ana miró dormir a  Juan se veía preocupada, en verdad necesitaba saber qué le pasaba a su marido; en treinta años de casados jamás había dado muestra de alguna enfermedad; ‘’ ¡es que él era muy sano, no es posible que de repente haya perdido así la cordura! ’’ Pensaba con angustia. -Ana, ¿Qué haces mirándome así?                                                                                                                                                            -¡Juan! ¡Estas despierto!                                                                                                                                                                               -¿En qué lo notaste?                                                                                                                                                                                      -sigues con el mismo humor de siempre.                                                                                                                                             -¿A qué te refieres?                                                                                                                                                                                    -¿No te acuerdas de nada?                                                                                                                                                                                  -claro que acuerdo de todo; ayer cenamos juntos como siempre, y luego de fumarme cigarrillo me acosté, y ahora me miras como si mil cosas hubieran pasado en una noche.                                                                                                                                                                                               – ¡Es que un mes entero ha pasado desde esa noche! -le dice con desesperación.                                                                                                            -¡como se te ocurre semejante cosa!  ¿Dices que he perdido un mes de mi vida sin saberlo?                                                          -¿es  que acaso no te das cuenta de donde estás? , esta no es la casa, en la noche de la que me hablabas, luego de cenar te desmayaste y llamé a la ambulancia para que te fueran a buscar, y ahora despiertas pensando que estas en la casa, y que solo a pasado una noche.                                                             -no es posible, y ¿Por Que me habrá pasado eso?                                                                                                                        -eso es lo que está averiguando el médico                                                                                                                                      -pues anda a ver  lo que sucede y después me cuentas. Ya son las doce y media de la tarde y Ana se encuentra con el médico para preguntarle acerca de los exámenes, prestando atención a cada detalle de lo que le dice.                                                                                           – ¿Que tiene mi esposo doctor?                                                                                                                                                                     -los exámenes no muestran algún daño cerebral, por algún motivo que desconozco no puede guardar los nuevos eventos en su memoria y por eso despierta siempre pensando que es el mismo día                                                                                                                                                                                               – ¿Qué podemos hacer?                                                                                                                                                                                        -lo más conveniente es que evaluemos cómo va evolucionando su situación, esperando que pueda retener en su memoria todo lo que ocurrió en el día y despertar al día siguiente con la capacidad de recordarlo.                                                                                                                                                                                                                   -iré a decirle lo que le ocurre, para que pueda hacer un esfuerzo para no olvidar las cosas que pasan.                                                                                                                                                                                                             -creo que lo más conveniente sería no decirle nada, para no  hacer trabajar más su mente y así no nos arriesgamos a un problema mayor.                                                                                                                                               -tiene razón…                                                                                                                                                                                                                 -y es mejor que usted vaya a distraerse a algún lado, para que no le afecte demasiado.                                                                                                                                                                                                   -sí, lo más conveniente seria irme unos días con mi hermana, para despejarme un poco. 3 de febrero                                                                                                                                                                                                                 ¿Qué hago aquí? Quizá qué porquería habré hecho. Mejor me voy antes de que me encuentren.  ¿Cómo podré irme sin que se den cuenta?, abriré la puerta para ver si hay alguien, ¿será esa mujer una enfermera? Aprovecharé que entró al baño para irme. Al salir a la calle, don Juan se sube a un taxi sin darse cuenta de que llevaba puesto el camisón del hospital. -Buenos días -Buen día, ¿A dónde lo llevo? -Lléveme a Av. Grecia por favor. -Bueno… ¿y ese camisón? Si parece que viene de una operación-le dice el taxista con tono burlesco. -Es que estaba en curaciones, pero me dio miedo y me arranqué así no más. Luego; cuando  Juan llegó a su casa, se dio cuenta de que no tenía las llaves para entrar, por lo que decidió entrar por la ventana que siempre permanecía abierta por la claustrofobia de Ana. Una vez  que logró entrar comenzó a vestirse, al  salir no sabía que hacer puesto que era ya muy tarde para ir a su puesto de trabajo, así que decidió ir a tomar un café en el restaurante   que le quedaba más cerca y al cual iba de vez en cuando. -Hola, me puede servir un café por favor. -¿Lo quiere con o sin crema? -Con crema por favor. ¿Y en que momento se dejó crecer el  pelo este otro?, si les sale de un día para otro, y uno que cada día va quedando más pelado. -Gracias ¿Por qué habré despertado en un hospital?, es muy raro. Al momento en que se tomó el café pidió la cuenta para irse a caminar por la calle. Ya eran las nueve de la noche cuando Juan decidió volver a su casa para dormir, en el momento en que se da cuenta que no sacó las llaves, y que tendría que entrar de nuevo por la ventana; estaba en eso cuando una patrulla que estaba pasando por el lugar se da cuenta de que estaba intentando entrar a la casa por la ventana, no tenía cómo justificarse, puesto que tampoco tenia sus documentos, así que lo llevaron detenido. 4 de Febrero Cuando don Juan despertó en el calabozo estaba desesperado,  no entendía como podía haber llegado hasta ahí mientras dormía. ¿En qué momento llegué aquí?,  me acuesto a dormir tranquilo con mi esposa y despierto con este pelafustán en una celda, quizá en que me habrá metido, y yo ni lo conozco. -¿Tu sabes por qué estoy acá? -según me contaste anoche por que te estabas metiendo a tu casa -dice burlándose el compañero de celda. ¿Éste está loco?, cómo me van a llevar preso por entrar a mi casa, y encima de todo que se lo dije anoche, ¿creerá que soy imbécil? claro que si le digo algo quizá qué cosa me hace. -¿y crees que estemos mucho tiempo aquí? -no, si aquí nos sueltan rápido, siempre es lo mismo, te hacen perder una noche, y después con suerte firmas una vez a la semana. – ¡Ya! Paren de cuchichear, se tienen que ir por falta de cargos, y espero no volver a pillarlos de nuevo. -entendido – respondieron al unísono. En el hospital todo era confusión, no podían entender cómo se les podía escapar una persona en ese estado, la enfermera que tenía a don Juan a su cargo estaba vuelta loca, ¿Cómo explicaría lo que pasó? ¿Cómo puede irse un paciente sin que nadie se diera cuenta? Don Juan, al no poder comprender lo que estaba sucediendo decidió ir a tomar algo por ahí; cualquier cosa servía para distraer su mente de esa interrogante que lo estaba matando. ¿Cómo fui a parar de mi cama a una comisaría?, de la cama al refrigerador puede ser, ya me ha pasado muchas veces, pero de la cama a la comisaría, ¡imposible!

Ismael Sánchez.

Cuatro personas aceptan voluntariamente viajar al fin del Universo para descubrir lo que allí se esconde. Es un viaje sin retorno y, por lo tanto, muy significativo y personal para los tripulantes, los cuales sufrirán las consecuencias de estar tan lejos de sus hogares y de la civilización.
Felipe Stark.
Dos niños, un hombre y una mujer entre diez y doce años, se juntan un día para ir a la casa abandonada que se encuentra en la esquina de su calle. El cuento transcurre en la inspección de esta casa a la que van y según las cosas que ven y se encuentran dentro de ella se imaginan lo que pudo haber pasado allí, las personas que la habitaron, las cosas que pudieron ocurrir…
Es un cuento principal dividido en dos relatos paralelos: lo que ocurre en la imaginación de los niños, cada uno por separado porque imaginan cosas diferentes, contado a modo de relato, no sólo imágenes estáticas.
Magdalena Navarro.
moebius16.jpg

Deja un comentario

Archivado bajo Textos

Un dulce cadáver exquisito.

cuerpo

Mis alumnos del Taller de Escritura Creativa de la Universidad de Los Andes realizaron este cadáver exquisito como primer ejercicio colectivo. La idea era rescatar de manera individual algo más coherente y atractivo de la propuesta inicial que hicieron a nueve manos. Así fue cómo encontramos el cadáver…

Entrada la madrugada, el sujeto se deslizó por la puerta y sacó de su chaleco negro un cuchillo. Tenía que ser rápido y actuar sin titubeos; ante el mínimo estremecimiento todo se iría a la mierda en un instante. Pero en medio de todo recordó que en su bolsillo se hallaba el último cuchuflí. ¿Cómo lo usaría? ¿Cuándo sería el preciso instante en que todo se llevaría a cabo? No era tiempo aún de saber la respuesta, quizá otro día se decida a usarlo. Después de todo, la decisión es un problema delicado. Se recuerdan casos, por ejemplo, de cómo este instrumento electrocutó un gato. El pobre jamás había causado mal alguno, pero un día decidió salir a pasear.  Con un par de sandalias  y 62 pesados años en el cuerpo, se decidió a hacer lo que nunca había hecho: pedirle al vecino que dejara de tocar batería. Sin embargo, el vecino no estaba. Descubrió que no era más que el arrítmico palpitar de su cerebro. Todo se hacía, de pronto, difuso. Sólo podía ver a su propia sombra que le pedía un cigarro. Se lo cedió con una sonrisa cadavérica. Esa maldita sombra lo estaba dejando sin cigarros, y era hora de deshacerse de ella. Se encasquetó el sombrero verde limón y salió tarareando a la calle. Mientras tarareaba una dulce melodía, su loro verde limón, a juego con su polera, la seguía volando por sobre su cabeza y llamando la atención de todo el pueblo. Pero pronto la desviaban para fijarse en que todos los animales la seguían sólo por su música. Y era cierto, los animales escuchaban aquellas misteriosas melodías y no podían evitar seguirla. No era que quisieran saber de dónde provenía, para eso no tienen entendimiento; escuchaban los ritmos y quedaban como hipnotizados. Pero después de todo no importaba. Como la luz rota entre las hojas de los árboles, sería como si nunca hubieran estado en otra parte ni en otro momento. Quedarían suspendidos en eso que sonaba diluyendo su voluntad.

Trinidad Barriga

J. Tomás Fuenzalida

Alfonso Herreros

Magdalena Navarro

Ismael Sánchez

J. Agustín Silva

Felipe Stark

Ignacia Ugarte

1 comentario

Archivado bajo Textos

Mientras duermes.

Cuando nació Clara perdí mi pluma. Huyó mi capacidad de escribir y con ello muchas neuronas se fueron de paseo. Nadie me había hablado antes de la «arborización». Está bien, me gusta el campo, la vida simple, pero nunca había pensado que tal concepto me iba a influir tanto. Mi doctor me explicó que esto de sentirse tonta con la maternidad no es sólo un sentimiento, es una realidad, ya que con la lactancia y las hormonas involucradas en el proceso, muchas arborizaciones neuronales no están trabajando, se dan un sabático se podría decir, y así uno se concentra en otras tareas más domésticas. Lo bueno es que en teoría esas arborizaciones deberían volver a funcionar cuando la lactancia se haya terminado. En teoría. Mientras, me sorprendo día a día cómo mi guagua va creciendo y logrando más sinapsis y conceptos no manejados por mi, mientras yo soy una ameba parlante. Quizá, dirían los psicólogos, esto tenga que ver también con el tema de fomentar el apego, porque mientras yo me reduzco en inteligencia, Clara crece y así llegamos a un equilibrio en donde las dos vamos a terminar aguseando de tú a tú. La falta de arborizaciones a veces deja espacio para una pequeña creatividad y creo que eso también le sucede a personas aquejadas por patologías como el alzhaimer. Lo he visto personalmente y me lo ha comentado una gran amiga que trabaja en una casa de resposo para ancianos. Creatividad en el lenguaje, creatividad para pensar la realidad. Se les puede olvidar una palabra, pero son capaces de mezclar dos o tres que algo tienen que ver. Claro, es más difícil comunicarse con ellos porque hay que darse el tiempo para entender, pero es un talento que se valora poco en estos tiempos tan rápidos. Sin ir más lejos, y a propósito de nuevo de las arborizaciones, me pasó hoy día que alguien me preguntó cuál era la diferencia entre el lenguaje literario y el periodístico (con tono de que no hubiese tal brecha). Yo, esforzándome por ser políticamente correcta, respondí algo medianamente de manual. Sin embargo, después me quedé pensando y no quedé satisfecha con mi argumentación. Claro, le eché la culpa a las arborizaciones y también a la alergia que produce el polen que emanan en estos tiempos, pero luego se me vino a la mente un pantano y un cocodrilo. Pensé en Tom Sawyer, en el calor que hace hoy en Santiago. En que me gustaría estar bajo un árbol escuchando alguna melodía veraniega. Con Clara y con Pablo, obvio. Todo esto a propósito del cocodrilo, que creo lo instalé en mi mente pensando que podría ser empático con mi causa de la maternidad, deborándose a todo el que se interpusiera, sufriendo estos calores del demonio, acechando astutamente a su presa.

Cuando Clara nació perdí mi pluma, se pausaron las llamadas arborizaciones y fui otra. Gané una vida y otro amor a propósito del primero. Estoy más cerca de la locura y a la vez más feliz y libre. Ya no me dan tanto pudor las cosas y creo que debería botar muchas a la basura, tengo un departamento de accesorios por quemar. No sé cómo haré clases este año con una pasa de cerebro. Entiendo menos, pero comprendo más a la gente. Y me callo porque esto se está pareciendo al falso poema de Borges.

Todo esto mientras mi hermosa Clara duerme. Así supongo que serán los momentos de escribir y leer de ahora en adelante. Literatura mientras duerme.

2 comentarios

Archivado bajo Uncategorized

Poi si tornò all´eterna fontana.

Con mucha impresión me he leído “Una pena observada” del autor C.S. Lewis. Digo impresión porque si hubiese estado soñando hubiera pensado que se trataba de un sueño dentro de un sueño. Al repasar las palabras, me parecía que él estuviese describiendo justamente todo lo que yo había pasado y pensado desde la muerte de mi (nuestra) hijita Sofía de 7 meses de gestación. Lewis lo escribe a propósito de la muerte de su señora, Helen Joy Gresham. Un ser humano tan intelectual para algunos, tan académico, tan profesor, tan usted y tan señor, se pone a escribir desde el corazón, desde el pathos mismo. De hecho según el prólogo del libro (que lo escribe su hijastro) el autor nunca pensó en publicar sus pensamientos acerca del suceso, sino que más bien eran hojas que intentaban pararlo más o menos estable dentro de ese terremoto emocional, palabras para desahogarse, para entender quizá. Es un libro corto, cosa que nos dice que la tristeza no es una serie de pasos, sino que uno decide “terminarla” cuando comprende que es un proceso con el que uno cargará por toda la vida.

No me avergüenza decirlo (en realidad ahora pocas cosas me deshonran): tuve que recurrir a un psiquiatra. Y, claro, medicamentos y todo lo que eso implica; ser un poco zombie, estar un poco frustrada, agregar pena a la tragedia. Pero Lewis escribe que sentía lo mismo que yo le conté al psiquiatra. Bueno, mucho más brillantemente y con el lenguaje propio, yo prácticamente ladraba y si luego el doctor agregaba la pregunta de a qué me dedicaba tenía que esconder la cabeza para responderle que hacía clases de literatura y lenguaje. Yo no sé si Lewis tuvo que pedir ayuda e ir a ver a un especialista, yo no sé si tomaba algo que ordenara sus neuronas (también desconozco si en esa época existía algo así), pero él describe lo mismo que yo al principio:

Nadie me dijo nunca que la pena se siente casi igual que el miedo. No tengo miedo, pero la sensación es la misma; esa agitación del estómago, esa inquietud, bostezos. Paso tragando saliva. (…) Me cuesta absorber lo que dicen los demás. O quizá no quiera escucharlos. Es tan sin interés. Pero deseo que los demás estén cerca. Me aterran los instantes en que la casa está vacía. Si tan sólo hablaran entre sí y no conmigo.

Yo también, como Lewis, pensé que era una tortura que me mandaba Dios, yo también tenía y tengo ese miedo que acecha en cada rincón, esa pena, ese morbo, esa condena de no tener buenas “fotos”  y recuerdos de ella. Pero igualmente pienso que su idea completa no es la que yo poseo, y que si me acerco a Dios me acerco a mi hija, pero que tengo que ordenarme: primero Dios, después Sofía. La amo, y cómo la amo, pero primero el Amor. Desde mis incompetencias puedo sospechar que Dios me mandó esto para desear el Cielo, pero con la trampa de que ese anhelo estuviera marcado por mi maternidad, de las ganas de volver a estar con Sofía. Pero ahora, ya pasado un poco el tiempo, veo que también quería decirme que ese era un regalo, pero ese regalo no se hizo solo, por lo tanto… ah, y cómo menciona Lewis eso de que su fe estaba hecha una casa de naipes, y que Dios quería destrozar ese hogar para que creciera en su credo: ¡cómo lo entiendo! Cuando murió Sofía me consolé diciendo: bueno, ella está en el Cielo, eso es seguro. Y algún día me reuniré con ella. Pero a los días me arrastraba pensando: ¿verdaderamente creo en el Cielo? ¿dónde está? ¿dónde está ahora mi hija? Y me di cuenta que tenía mucho camino por recorrer, que mi fe no era ni un cuarto de lo fuerte que yo pensaba que era. Ahora sólo me queda abrazarme, aunque sea colgando a la Misericordia de Dios, al manto de la Virgen, a todo aquel que me pueda hacer crecer en  la fe. Haciendo eso me acerco a Sofía. Perdón, haciendo eso me acerco a Dios, luego a mi Sofi.

Y… las coincidencias… que no son… Lewis nació un 29 de noviembre, fecha estimada del parto de Sofía. Ella partió a la fuente eterna el 12 de septiembre, día del Santo Nombre de María, día de su Mamá Perfecta a quien siempre le pedí ayuda y con la cual está ahora regaloneando. Ella sabe que mañana, 12 de diciembre, en que se conmemora la aparición de la Virgen de Guadalupe, estaremos todos unidos y rezando para que el Señor nos envíe un hermanito(a) y, lo más importante, que la Misericordia permita que todos nos reunamos en el Cielo y recuperemos el tiempo perdido.

3 comentarios

Archivado bajo Recomendaciones: ¡Ir! / ¡Evitar ir!, Textos

El soldado herido

Para nuestra Sofía, con la esperanza de abrazarte eternamente en el Cielo.

Gastón, el juguete soldado preferido de Pablo, había caído herido en plena guerra. Su pierna estaba doblada, casi suelta. Había dado la vida por su batallón, haciendo el sacrificio más grande por sus compañeros.  El soldado, tirado en la mitad de la pieza, lloraba su derrota. El niño imaginaba cómo había sido la batalla en donde lo habían dañado y estaba seguro que su Gastón era el más valiente de todos los muñecos, pero al mismo tiempo sentía el frío de la tristeza en su cuerpo porque no sabía cómo arreglarlo. No se imaginaba la vida sin él. Esa noche estaba su tío Antonio en casa cuidándolo a él y a su hermana Patricia. Entonces, decidió ir a preguntarle cómo mejorarlo. Caminó hasta la salita donde el tío veía televisión y le contó lo que había pasado. “Eso pasa porque no cuidas tus juguetes, es culpa tuya”, le contestó él. “No, no”, dijo Pablo, “a mi soldadito lo hirieron en la guerra, le dispararon, le pegaron, mil, millones de soldados lo atraparon, un tanque le pasó por encima, lo aplastó… ¡hubieras visto cómo se defendía él!”. “Pablo, ¡no seas mentiroso! Déjate de inventar. En castigo no te voy a ayudar a arreglarlo, para que aprendas. Ahora déjame ver el programa.”, dijo enojado su tío mientras le subía el volumen a la televisión. Pablo se fue con un nudo en la garganta, con tanta pena y rabia, que tenía ganas de romper todo lo que había en su camino. Se tiró en su cama a llorar y sentía tanta pena que hasta le dolía el cuerpo. De pronto llegó su hermana Patricia y le preguntó qué le pasaba. Él le contó que el tío Antonio no le creía que su soldadito había sido herido en guerra, que le había dicho mentiroso y que no quería ayudarlo a arreglarlo. Patricia se acercó a él y le dio la mano. Pablo sintió lo suave de su piel y un olorcito a dulce, mientras ella le decía despacio: “Tranquilo, tú sabes qué es lo que de verdad pasó. Mira, de tanto cariño que le tienes a tu juguete te pareces a él: tirado, llorando, como desarmado después de una guerra. Ahora duérmete mejor y descansa para que mañana hagamos un plan para armar a Gastón.” Pablo, después de estas palabras sintió una paz en su corazón que le permitió dormirse profundamente. A la mañana siguiente, cuando recién comenzaba a salir el sol, el niño abrió sus ojos y vio frente a él a su soldadito bien parado, con su pierna en su lugar y su casco de guerra más reluciente que nunca. En su pecho había una estrella que él no recordaba. Pablo se levantó  de un salto con una gran sonrisa mientras juraba escuchar una música militar que invitaba a todos los compañeros soldados a empezar con fuerza el día. ¡No había tiempo que perder! Pablo tomó a Gastón y partió a investigar qué batallas y peleas le preparaban ese día y todos los otros que les quedaban por vivir.

1 comentario

Archivado bajo Textos

La bruja Eme

La bruja Eme era conocida en su tierra por ser una mujer fina, elegante, emperifollada hasta la punta del pelo y, por sobre todo, sabia. Ayudaba a la gente con sus trucos y les regalaba sacos con una nueva vida cuando estaban tristes. A pesar de que todos creían que las brujas eran malas, esta era bondadosa, sólo que había heredado de su mamá hechicera la vanidad, el pasarse todo el día con un lápiz en la boca tratando de pronunciar bien las palabras o peinándose su largo pelo que adornaba con polvos de primavera. Caminaba alrededor de su casa, bien parada, con un libro en la cabeza, mientras leía otro que sostenía con la mano derecha en alto. Le gustaba recitar poesías en voz alta y, de vez en cuando, cuando había cumplido con sus tareas de crear hechizos y ayudar a la gente del pueblo, escribía sus propios poemas. Y era feliz, sumamente feliz.

Todos los aldeanos disfrutaban yendo a su casa, especialmente los niños, porque siempre salían con alguna deliciosa receta preparada por la bruja Eme. Un día por ejemplo, llegó Carlos con su mascota y le dijo a la hechicera: “Hola querida maga. Necesito que me ayudes porque mi perrito está enfermo, anda cojo y triste.” Por lo que Eme invitó al niño a la cocina, lo dejó comiendo exquisitos platos, mientras ella curaba con su magia a la mascota de Carlos. Eso sí, para curar de buena gana a la gente o a sus animales, les pedía que le recitaran su poesías favorita y bien pronunciada. Si la expresaban mal les decía: “Bueno, veo que nos practicado lo suficiente. Vuelve a tu casa, estudia, párate frente al espejo para ejercitar y vuelves cuando estés preparado.” Claro que la bruja Eme siempre terminaba por ayudar a la gente porque en dos o tres días ellos llegaban de vuelta arregladitos, perfumados y hablando correctamente. Así Eme se llenaba de orgullo y se abanicaba mientras le recitaban su poesía favorita.

Pero un día de esos llegó un niño, Gabriel, a suplicarle por algo que nunca le habían pedido a la bruja Eme. Él conocía la fama de la hechicera y por eso se preocupó de llegar con un traje impecable, bien peinado y con un olor a jabón que podía sentir hasta el científico loco del pueblo que pasaba encerrado en su laboratorio. Tenía un pañuelo de seda rojo en el bolsillo de su traje por lo que la bruja, al verlo de lejos, pensó: “Éste debe tener problemas de amor, veamos cómo le puedo ayudar.” Pero no. No se trataba de penas del corazón. Eme lo hizo pasar al living y le dijo: “Antes de pedirme ayuda, debes recitar mi poema favorito.” Gabriel, con una sonrisa en la cara, comenzó a decir el poema, pero sucedía que no se le entendía nada de nada. La hechicera comenzó a ponerse nerviosa y viendo que la situación no mejoraba porque el niño decía una sarta de palabras raras sin rendirse y callar, comenzó a enojarse. Eso también era heredado de las brujitas malas, sus antepasados. Cuando Gabriel abría la boca y no decía nada comprensible, Eme se comenzaba a poner roja de ira y se le hinchaban las venas del cuello como sólo se le hinchan a las brujas. Viendo este espectáculo, Gabriel calló y se sentó en un sofá cercano con las manos entrelazadas, como rezando. Se sentía muy nervioso y esperaba que la mujer que estaba al frente de él lo entendiera. La hechicera esperó unos minutos para calmarse y no cometer alguna tontería y le dijo: “Niño, yo no puedo ayudarte. Tu sabías que yo le pido a los aldeanos que reciten mi poesía favorita para poder hacer hechizos que los mejoren, pero tú tienes un serio problema. Anda a tu casa, practica y vuelve si es que mejoras.” Cuando Eme vio que Gabriel se alejaba, cerró el portón de su casa y se dijo a sí misma: “Uf, nunca me había tocado un niño tan enredado para hablar. Por suerte que se fue porque faltaba poco para que me saliera fuego por la boca de lo enojada que estaba.” Sin embargo, el niño no demoró en regresar. Temprano al día siguiente estaba en la puerta de la maga, bien peinado, con olor a jabón y vestido elegantemente. Los ojos negros de Gabriel estaban ese día más lindos que nunca, grandes y llenos de esperanza, brillando de agradecimiento. La bruja lo recibió con paciencia y le dijo: “Bueno, veámos cómo lo haces hoy.” El niño se paró en la mitad del living y comenzó a recitar con muco orgullo, pero sucedía que esta vez tampoco se le entendía nada, le salían palabras entrecortadas y la bruja sentía que le habían cambiado su querida poesía. Eme aguantó sólo un minuto e hizo callar  a Gabriel porque ya estaba lo suficientemente enojada. Le dijo: “Por favor detente, no puedo soportar tu voz. Ándate de mi casa y no vuelvas, no hay caso contigo. Quizá cuando seas mayor te pueda ayudar. Quizá, pero por ahora no vuelvas. Adiós.” Y el niño se fue con una pena negra a su casa, tropezándose con cada piedra que se le cruzaba en el camino.

Ya habían pasado unas semanas desde ese encuentro, cuando la bruja Eme encontró una carta bajo la ranura de su puerta. Tarareaba una canción mientras intentaba abrir el sobre porque estaba muy bien sellado. Cuando logró abrirlo se encontró con las siguiente palabras:

Querida bruja Eme,

Quizá algún día, como usted dijo, cuando sea mayor, pueda curar esta sordera que tengo. Yo quería recitar su poesía favorita con todo mi corazón, pero ya vio que no fue posible porque escucho poquito y no puedo oír cuando hablo. Yo sé que usted es amiga de los humanos y no sigue las reglas malignas de las brujas de antes, por lo que le pido se acuerde de mi cuando haya crecido.

Muy agradecido,

Gabriel.

Luego de haber leído esto la bruja Eme se puso blanca. Había comprendido todo y tenía tanta pena que no se le ocurría otra cosa que ir a cocinar sopa de alegría. Habiendo pasado unas horas en la cocina tratando de buscar una solución a lo que había pasado, decidió consultar su libro de magia escrito por el Gran Mago. Pasó que no existía ningún hechizo en el libro que curara sorderas, problemas para escuchar. Las hojas del final indicaban que no había tal porque el Gran Mago prohibía los trucos para curara sorderas. “Mmmmm”, pensó Eme, “tiene que haber alguna forma de ayudar a Gabriel. Además yo no sigo las órdenes de los brujos malignos, así es que puedo inventar algo.” Y se fue a recorrer su casa a ver si encontraba algo. En su paseo se fue apenando cada vez más porque no encontraba nada y sintió que se encogía de tristeza. Viéndose sin la posibilidad de ayudar al niño, decidió tomar la última opción que tenía e irse de ese pueblo porque era la primera vez que le fallaba a alguien. Antes, pasó por la casa de Gabriel y le dejó una carta bajo su almohada. El niño, cuando estaba a punto de dormirse encontró el papel y leyó:

Querido Gabriel,

Espero me puedas perdonar por haberte tratado tan mal. Como último recurso te dejo las llaves de mi casa para que te vayas a vivir allá. Ahí vas a tener de todo y quizá algún día los miles de libros de mi biblioteca te ayuden a curarte, cosa que yo no supe hacer. Lee, amigo mío, y aprende lo que yo no supe saber.

Con mucho cariño,

La bruja Eme.

El niño se cambió de casa junto a sus papás  e instaló su cama en la mitad de la biblioteca. Ya en la mañana temprano tomaba algún libro y lo leía. A los diez días llevaba un montón de libros leídos. Pasó que el día once, al despertarse, tomó un libro grueso, más grande de lo normal y comenzó a hacer lo que hacía siempre. Esta vez, mientras leía, comenzó a escuchar las palabras que iba  leyendo. Incluso sentía susurros dentro de los cuentos. “Susurros”, pensó Gabriel, “Nunca había entendido bien lo que eran lo susurros, esas vocecitas tranquilas, suaves y amables, ese viento.” De repente creyó reconocer su propia voz en el libro a medida que leía y le encantó la idea. Era él, su voz estaba metida adentro de ese libro y él la podía escuchar cada vez que pronunciaba una palabra en su mente. Cuando hubo llegado a la mitad del libro, encontró en un papel suelto la poesía favorita de la bruja Eme y se propuso recitarla. Se paró arriba de su cama y habló. Se escuchó como no había podido hacerlo durante sus siete años de vida. Estaba curado, escuchaba hasta cómo crujía el mueble que sostenía los libros. Se puso tan feliz que fue rápido a decirle la noticia a su padres y, mientras corría, le agradecía como antes en su mente, sin voz, a la bruja Eme.

3 comentarios

Archivado bajo Chilenos, Textos

¡La contralora!

Hoy encontré una especie de cucaracha en el living de mi casa. En vez de matarla, escribí sobre un pedazo de servilleta: “Insecto feliz viviendo en la suciedad” y le hice una flecha apuntándolo. El bichito no se movió ni un centímetro, por lo que cuando mi marido lo descubrió lo aplastó con mi creación. La verdad, eso quería que sucediera, pero bueno, eso es cuento aparte. Justamente hoy quiero hablar de insectos. Todos hemos tenido profesores malvados, aterradores, aparentemente paridos malignos. Yo tuve una: sí, no revelaré su identidad, sólo mencionaré que una vez me estaba maltratando en un examen oral de literatura y me dijo acercándose más de lo que yo hubiese querido: “¿¡acaso usted escribe para desahogarse!? ¡¿acaso usted ocupa a la literatura como su paño de lágrimas!?”. No supe responderle inmediatamente y ella era de las que gustaban de respuestas raudas, como si la inteligencia tuviese que ver con la urgencia. La verdad, en cierto sentido pensaba que sí, que de alguna manera yo “utilizaba” la literatura para desahogarme; sin embargo, no faltaba ser un genio para darse cuenta que –a esa altura- los ojos desorbitados de maestra insana significaban un rotundo no. Creo que debo de haber ensayado una de mis miradas de inocencia brutal, pero ella me respondió con una cara de condena que me persigue hasta hoy. Ese “acaso” volvió a resonar en mi conciencia cuando me leí el libro “El baile” de Irène Némirovsky, No sabía mucho sobre la autora, por lo que después de terminarlo investigué sobre su biografía. Resultó ser que muchos detalles de su vida real estaban efectivamente en el libro, resultó ser que en cierta medida también volcaba sus letras como en un paño de lágrimas. Hoy día soy yo la profesora, y también la que se consuela con un mundo de tinta.  Lo que espero de aquí para adelante es no convertirme en la perversa, no adquirir talante de insanidad, aprender a escuchar, leer, escribir, y algún día trazar solapadamente unas palabras sobre ese famoso examen. Quizá la catarsis venga sobre mí y ella cuando se de cuenta de las cosas que se pueden hacer con detalles simplemente, sin siquiera nombrar al personaje principal. Y que reflexione conmigo, sin juzgarme, que no es la vida misma, calcada, lo que uno copia, sino sabores. Colores que sirven y que crean otra cosa. Por lo demás, si se trata de aliviarse, nadie quisiera repetirse el mismo plato, ¿cierto?

5 comentarios

Archivado bajo Textos

Hora de recreo

Aquí debería haber un cuento infantil

y su ilustración correspondiente

Cuento y monito sin falta

porque ya se preguntaba Alicia de qué servía un libro sin dibujos

¿No logras leer el cuento?  (yo tampoco). Bájalo en PDF aquí:

El-dulce-y-feliz-lunar-de-Magdi.

Deja un comentario

Archivado bajo Textos