
Lo que me interesa mostrar del mundo es lo que puedo ver en él: sospecho que a veces no es lo mismo que aprecian otros y creo que en saber leerlo está la gracia. Es como reescribir una obra una y otra vez. Muchas veces será solo repetición, en otras se logrará lo que ninguna alcanzó o supo decir. Esa epifanía es la que realza el relato, la que da tono y sentido. Me gustaría evidenciar todos los tonos del mundo, las alegrías y angustias, los ancianos, niños, padres, solitarios, peleas en el bar y reconciliaciones que parecían imposibles. Me muevo en la esperanza, recorro caminos que no siempre me gustan, pero por alguna extraña razón termino escribiendo en la luz, nunca a tientas, siempre esperando que todo el caos no sea tal. Sueño-escribo sobre lo bello, lo bello y lo verdadero como si las huelgas y el smog fueran parte de una pesadilla. Escribir sobre el mundo me despierta y me instala en una casa a mis anchas en una ciudad libre de contaminación, donde los niños tienen derecho a serlo y nadie se toma tan en serio a sí mismo. Me interesa mostrar el sentido común del mundo, lo simple, y lo que una poética orgánica le puede entregar todavía a la humanidad. Escribo un poema porque la vida con música es más llevadera y feliz; le enseño a mis niños en cifrado poético porque es el lenguaje que entienden ellos con naturalidad. Ellos son muchas veces los que “escriben” primero y yo simplemente transcribo, son las grandes musas de esta mujer, de esta escritora. ¿Qué forma adoptaría mi poesía? Pues me encantaría que tuviera la forma de altos y bajos (¿un caligrama como la Cordillera de los Andes?) y que, finalmente, se apreciara su tallado de esperanza.