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Eligiendo Rapa Nui

A veces soy como el indígena de “La noche boca arriba”. Estoy en Isla de Pascua y, al mismo tiempo, en un hospital en Santiago, de espaldas, mirando el techo, paredes blancas, una luz o varias. Como empanada de atún en un quiosco azul atendido por un niño muy guapo. El barco de su padre ha naufragado y él sufre amargamente. Unos amigos salieron en helicóptero a recorrer el sector y a mi me dio miedo volar. Cargo con este estúpido temor que me paraliza, lo detesto: he malgastado mi tiempo. Tengo pendiente ir a ver el baile de la isla y me da igual que cueste caro porque es lo que me falta por hacer. Me he enterado que el mismísimo Paul Auster está en Rapa Nui, lo veo en la televisión; supuestamente el Ministerio de Educación lo ha elegido como especialista, cosa que me emociona, pero al mismo tiempo me produce desconfianza. Es todo extraño e inmensamente bello como una breve, pero poderosa inhalación. Es todo perfecto en la isla, todo menos la muerte del padre del vendedor de empanadas de atún. Y vi que todo eso era bueno y que era más real que estar en un hospital en medio de edificios, ferias y muchos.

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Recordando a Japimapa

ACTIVIDAD CULTURAL/ Fuente: DIARIO EL MERCURIO

Sábado 25 de Junio de 2005

¿Corrientes de escritura o escritura corriente?

Los blogs sirven para que sus dueños expresen lo que se les dé la gana y sus visitantes también. Eso incluye la literatura.

ANA MARÍA HURTADO

Ahora cualquiera tiene su blog. Es la tendencia y también la idea. Sin grandes descripciones personales ni fotografías, en ellos la gente se conoce por sus dichos y no por sus caras, sus voces o sus datos personales. ¿No era esa la gracia de internet? En ella todos somos iguales, y los detalles contingentes de los autores no deberían importar. Eso ya sería periodismo, y los blogs son una reacción contra el periodismo. Marx lo habría explicado bárbaro: una vez que se despliega toda la situación (léase el auge del capitalismo y la masificación de la tecnología en tanto influencias sobre la información que maneja el público), recién se dan las condiciones para las fisuras. Porque los blogs son fisuras, pequeños chorritos que se cuelan entre el enorme muro de contención sobre el cual pasa el gigantesco, avasallador (y mortal) chorro de informaciones: el oficial.

¡Qué panorama tentador para los aficionados a leer y escribir! Tener un sitio propio que hable de libros, comente y recomiende. En Chile aún son pocos, pero hace sólo unos meses eran aún menos.

Letras en la red

Paul Auster, Julio Cortázar, Truman Capote, Juan Emar y varios otros aparecen con sus fotos y comentarios (es cierto, algunos de ellos de asumida y descarada frivolidad) en http://japimapa.blog.com. Lo mantienen dos chicas, y una de ellas huele a arquitecto, dada su ciega devoción a Godofredo Iommi. De hecho, también se habla de Amereida. Es un espacio bien escrito, con una dosis calculada de acidez e ironía, y con comentarios personales pero bien informados sobre un espectro amplio de autores. También hay otras cosas, como una sección llamada «Yo recomiendo» (a la que le falta combustible) y reflexiones varias sobre temas de actualidad.

También muy bien escrito, http://www.6109.cl/distemper versa sobre la vida cotidiana de su autor (un hombre al que le gusta el queso), pero buceando hay sorpresas (quién sabe si de ficción o realidad) como la de que su autor sería sobrino de Roberto, el amor de María Carolina Geel, al cual la escritora asesinó en 1955, antes de publicar «Cárcel de mujeres» (por cierto, tras las rejas). Ahí está la historia y muchos comentarios. En http://periodismoglobal.blogspot.com/, el periodista Fernando Meza mantiene un sitio muy completo cuyo grueso son noticias -pero no las que destacan los medios- con sus respectivos comentarios. El autor cree en los cruces entre literatura y su profesión, destacando vivencias de otros profesionales alrededor del mundo, como las de Florence Aubenas, la periodista secuestrada en Irak recientemente liberada.

http://nomevenganconcuentos.blog.com/Escritores/ es un «trabajo y reflexión de los alumnos de Lenguaje y Comunicación de los colegios Padre Hurtado y Juanita de Los Andes», según reza en su encabezado. Hay entradas para los escritores que los alumnos leen y una cantidad bien impresionante de comentarios y reflexiones de buena calidad sobre los mismos.

El sitio promete ir creciendo en variedad de autores a medida que el curso avance, pero la selección inicial ya está interesante: J.D. Salinger, Jack London, O. Henry, Patricia Highsmith…

http://www.pellin.blogspot.com/ también es un sitio dirigido a estudiantes de literatura, pero menos estructurado que el anterior (aunque aparentemente está orientado al mismo público). El énfasis acá está en la poesía, y hasta el estilo de las notas tiene intenciones huidobrianas. Altazorescas, para ser más precisos. Hay mucho sobre este poema, referencias a Paul Eluard, reflexiones sobre la novela corta, etc.

Y ficción

El fenómeno de los blogs es especialmente apto para ensayar la recepción del público cuando se quiere hacer de la literatura una profesión.

En ese caso, elegir algo para leer es como apostarse en una librería gigantesca, de esas donde no se sabe por dónde empezar, con el agravante de que ningún autor es conocido.

Un link recomendable es http://www.dmoz.cl/index.php?browse=/World/Espa%C3%B1ol/Artes/Literatura/Bit%C3%A1coras/. Desde ahí se pueden pinchar gran cantidad de portales de producción literaria y otros tantos de reflexión sobre escritura en general, en países hispanohablantes. Claro que al principio puede ser caótico (y lo es), pero en eso radica gran parte de la aventura. Uno podría preguntarse de qué sirve la libertad de información si hay tanto ruido que nadie escucha. La famosa libertad también se trunca cuando las elecciones posibles son demasiadas. Pero ser un «lector activo» (ya sea frente a la actualidad o a la ficción) requiere su tiempo. Es un trabajo de (re) y (com) pilación para armarse una historia diferente de la que viene contada en los diarios y revistas comerciales o formales. En ese sentido, los blogs -leerlos y también hacerlos- pueden marcar una diferencia. También tienen sus ventajas prácticas frente al papel: es gratis y no termina por ahí amontonado… pero también es cierto que no se puede llevar al baño, ni tampoco sirve para envolver pescado.

EN SUDAMÉRICA

EL PERUANO Iván Thays («El viaje interior») mantiene http://www.notasmoleskine.blogspot.com, donde recomienda y comenta profusamente autores, crónicas y revistas hispanoamericanas.

TAMBIÉN http://jorgeletralia.blogsome.com/ se dedica a la crítica y al comentario, de la pluma de Jorge Gómez Jiménez, editor de http://www.letralia.com y también escritor. Ambos con mucha información y links, incluyendo a sitios chilenos.

http://nomevenganconcuentos.blog.com/Escritores/
Comentarios sobre Salinger, Jack London o P. Highsmith.

http://www.pellin.blogspot.com/
Dirigido a estudiantes de literatura.


© El Mercurio S.A.P

Photograph: Public Domain

Photograph: Public Domain

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La receta del día

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Almorzando con Paul Auster

Lo agradable de almorzar con Paul Auster es que él, después de habernos contado un cuento sencillo, engrandece nuestra existencia y, para colmo, se ofrece a pagarnos la cuenta. Lo tenemos al frente y decimos de dónde viene este señor, quién es, en qué cree, por qué, por qué nos creemos todo lo que nos narra. No hay caso: él está ahí al frente, muy caballero, con sus ojos arabescos y maliciosos, sonriendo. Y nosotros que creíamos (re)conocer a las personas con malas intenciones ahora estamos entre maravillados y horrorizados. El escritor es un hombre normal: en algunos casos, tiene la edad de nuestros padres, se viste casualmente, tiene una afección en su rodilla y anda con un bastón. A ratos, nos causa compasión. El día de mañana nosotros también podríamos tener su vida. Hasta su acento inglés es más comprensible, pulido y simple, más perfecto, que el de la mayoría de los norteamericanos.

La que escribe se excusa para hablar desde su experiencia personal. Permiso: la sencillez en Paul Auster es algo que no he podido descifrar desde hace años. Por eso mismo trataré de hacer una acercamiento básico a esa temática pues el escritor norteamericano ha sido mi obsesión desde años adolescentes, cuando llegó a mis manos El palacio de la Luna. De ahí en adelante me pasó lo que a muchos fanáticos psicóticos: me devoré todos los libros de su pluma que iban apareciendo en el mercado y lo perseguí por el mundo para conocerlo. Lo logré, poco dignamente, pero ése es otro cuento que no viene al caso. Obviamente pretendía hacer mi tesis de licenciatura en él, pero terminé transando por la tragedia griega. ¿Por qué? Porque había empezado a dudar de mi maestro. Ya me había dado cuenta que los personajes de todos sus libros eran iguales y ciertas voces amigas me decían que se parecía mucho a un bestseller. Algunos, de hecho, lo afirmaban sin escrúpulos. A pesar de esto yo era capaz de quemarme a lo bonzo por defender su obra, pero la suspicacia no dejaba de invadirme. Fue en una de esas divagaciones cuando vi la película Smoke. Me fijé en el cuento del final, me compré el libro ilustrado por Isol y pensé.

Me atrevería a decir que la clave de la sencillez en el Cuento de Navidad de Auggie Wren es la verosimilitud, el hecho de que nosotros dejemos entrar al autor en nuestros espacio de credibilidad y le demos tregua para escuchar su historia y hacerla nuestra. El que se digan mentiras con palabras verdaderas, pero que nosotros, a pesar de esto, estemos espectantes y maravillados, es el fuerte de una narración sencilla. Los elementos cotidianos nos hacen sentirnos en casa. Que se hable de un tal Auggie Wren, un hombre cualquiera (“…El extraño hombrecito que usaba un abrigo azul con capucha que me vendía cigarros y revistas; el personaje pícaro y ocurrente que siempre tenía algún comentario gracioso sobre el tiempo o los Mets o los políticos de Washington…” ) quien, pese a no llevar una vida lujosa, “se las arregla”, goza con su proyecto fotográfico y tiene una autoestima que califica para decir que él y no otro conoce la mejor historia de Navidad, es un ejemplo dentro de los muchos para enterarnos que estamos dentro de una historia cotidiana. Eso nos hace querer entender a Auggie, a Paul, al ladrón y a la abuela. Esto porque todos esos personajes se presentan como criatura solas, necesitadas, que pasan el día de Navidad sientiendo compasión de sí mismos. Es el primer paso para que queramos conocer el universo de estos seres humanos y nos unamos a su viaje de enfrentarse a ellos mismos y tomar partido por alguna explicación del sentido de su existencia.
Se nos describe el espacio en donde tiene su tienda Auggie, una Tabaquería en el centro de Brooklyn. Esto es también un índice que denota la atmósfera marginal, de seres y hechos poco o demasiado convencionales. Por otro lado, hay un uso de conceptos similares e incluso repetición de palabras. Conceptos tales como “extraño”, “raro”, “desconcertante” hacen de este relato uno lleno de índices que denotan una atmósfera inusual. Por ejemplo, el narrador expresa su asombro ante las fotografías que eran todas aparentemente idénticas y dice: “… se trataba de lo más extraño y desconcertante que había visto…” Este simple hecho atrae la atención del lector, porque si bien se nos instala en una vida similar a la que nosotros tenemos, hay agentes extraños que nos dicen que hay algo que no funciona del todo bien. Y queremos descubrir qué es eso.

Se nos da a entender simbólicamente que además de narrar la historia principal se está haciendo uso de una historia con carácter personal, desde una perspectiva determinada (como podría ser la lectura de New York o Brooklyn). “Auggie”, dice el narrador, “estaba fotografiando el tiempo, el tiempo natural y el tiempo humano, y lo hacía planteándose una minúscula esquina del mundo y deseando que fuera suya, montando guardia en un espacio que había elegido para él mismo.” El dueño de la tienda de tabaco quiere entender su entorno y cómo el tiempo cobra su parte. A nosotros nos pasa lo mismo con las creaciones del autor norteamericano.

El posterior engaño a la anciana deja abierta la posibilidad que Auggie también esté engañando al escritor, pero el pacto de verosimilitud no se muestra como algo negativo, sino como una forma de complacer, en ambos casos, al interlocutor. Incluso nosotros, lectores, caemos en el mismo juego porque el narrador se llama igual que Auster y posee varias cualidad propias de él (es escritor, fuma puros holandeses, vive en las cercanías de Brooklyn, fue llamado efectivamente por el New York Times para publicar este cuento en Navidad y tuvo las mismas amonestaciones que el narrador para escribirlo.) El creador norteamericano suele usar estos recursos de cercanía a la realidad para enfrascarnos en sus narraciones. Pareciera que goza en instalar personajes como aquel que en la Ciudad de Cristal contesta una llamada telefónica equivocada que pide hablar urgentemente con Paul Auster. Esto nos hace quedarnos estupefactos y decir cómo ¿no nos iban a narrar una historia?, cómo ¿no leímos el otro día que el autor no tenía tanta importancia dentro de una obra de arte? Pues bien, Auster se toma de la mano del receptor y le dice mira, esta es mi historia, escrita desde mi experiencia personal, quizá encuentres algo de mi propia vida entre líneas. Y el amarillismo se asoma con timidez. La diversión, la sencillez en una narración así, también puede estar en la curiosidad, en querer mirar atrás de la puerta cerrada.

Otro hecho es que el ladrón se llama Robert Goodwin. Quizá el apellido (“buen ganar” “buen ganador”, “buena ganancia” quizás) quiera denotar una “buena estrella” una salida de escape pese a las andanzas del ladrón, un corte en el círculo vicioso de la mala racha en la vida del ladrón. Por aquí también va el asunto de la sencillez: pareciera ser que el creador norteamericano nos quiere hablar del sentido de la existencia de un ladronzuelo, pretende simplificar sus andanzas. Buscando esta misma respuesta, Auggie, sin nada que hacer el dia de Navidad, decide ir a devolver la billetera: “Qué diablos, me digo, por qué no hacer algo bueno una vez en la vida.” De este modo nos enteramos que el fotógrafo aficionado tiene dudas respecto a su bondad, o al menos quiere reivindicarse. Auggie se encuentra con la abuela del ladrón y hace una observación: “Tendrá unos ochenta años, quizá noventa, y lo primero que noto es que es ciega.” Esto también es indicio de que la ceguera es sinónimo de engaño, por lo tanto en ese momento se abre –inconscientemente tal vez- la posibilidad de que la historia que está relatando Auggie sea falsa. En el encuentro con la anciana se produce una incomunicación y ella dice: “Sabía que vendrías, Robert. Sabía que no te ibas a olvidar de tu abuelita Ethel en Navidad.” A partir de esta frase el protagonista decide actuar, dando la apertura a lo que vendrá luego cuando responde: “Así es, abuelita Ethel. Vine a verte en Navidad.” Luego sabemos que Auggie se roba una de las cámaras que ha usurpado Goodwin y que, al poco tiempo, regresa con cargo de conciencia a devolvérsela a la abuelita. No la encuentra, hecho que justifica Paul diciendo que de seguro estaba muerta y que no había remordimiento pues le había hecho un bien acompañándola en Navidad. Además le dijo que no hay culpa si es que uno le saca ilegalmente algo a alguien que ya ha robado primero. Es decir, estamos ante una narración sencilla de personajes que no son ni buenos ni malos, una obra anti épica que nos regala la limpieza de gente que no anhela ser héroes ni mártires.

Por último, como conlusión, quería mencionar que el mismo Auster en su obra Brooklyn Follies nos recuerda cómo Kafka se apesumbró por una niña que lloraba por su muñeca perdida e intentó arreglar esto por medio de cartas que le enviaba en nombre de su juguete: le contaba que estaba lejos pues quería conocer otros lugares y, finalmente, para cortar la correspondencia, le anunció que se iba a casar, que estaba muy feliz. Así se despidió para siempre y la niña quedó satisfecha con esa explicación. De ahí la necesidad de las narraciones tan simples como una justificación de una muñeca que no aparece. De modo análogo nosotros mismos necesitamos crear un cosmos personal en este aparente caos. Paul Auster ya es formador de formadores, es maestro de narradores y nos enseña cómo estar al filo de un relato barato, cómo exprimir lo universal en lo cotidiano y cómo saber vender una buena historia disfrazada de liviandad. No por nada Wayne Wang, el director de Smoke, sin siquiera saber quién era ese tal Auster, se interesó al leer el cuento en el New York Times.

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Cielo

Una noche, el abuelo de Antonia había llamado por teléfono a su casa y se había quedado un rato comentando con ella. Le decía que le había desagradado el libro que le había prestado. Pero por qué, abuelo, protestó Antonia. Tú sabes que Auster es uno de mis autores favoritos, no le hagas esto. Pero él aseguraba, desde su más perfecta confianza, que sólo le llenaban los clásicos, que el mismo Joyce se equivocaba al poner evidencias biológicas en su Ulises, que los de antes no hacían eso, eso de poner, por ejemplo, que sus personajes se tiraban pedos (a Antonia le quedó resonando la palabra “pedo” en la cabeza. Qué mal sonaba. Qué fea esa “d” entremedio). Eso yo lo doy por obvio, aseveraba el abuelo. Bueno, pero tata, yo acabo de leer un libro muy bueno de un chileno joven, no debe tener más de treinta y tres años. Te lo recomiendo de todo corazón, de verdad que no había encontrado algo igual en mucho tiempo, interrumpió Antonia. No me digas nada, nada, nada. No quiero saber nada, le dijo su abuelo mientras ella reía. No quiero leer más a contemporáneos. No quiero rabiar más. Mira, cuando yo me muera y vaya al cielo (si es que me voy allá… eso espero) voy a poder saber todo, voy a conocer todos los libros, los buenos y los malos. Y no voy a rabiar más porque voy a estar al tanto de cuál es la literatura buena y cuál la mala. Así de fácil. En el Paraíso sólo voy a leer cosas que valgan la pena.
Y así Antonia se quedó pensando en esa imagen tan idílica, tan servida en plato de porcelana. Meditó en cómo hubiese querido ella compartir esa Fe, ésa que la mayoría de las veces le colgaba, nublada, del cuello. Trató de recordar a alguien, a algún personaje que ella admirara que hubiese dicho algo semejante. Pero nadie, no encontraba a nadie.
Bueno, pensó, quizá mi abuelo sea el último hombre que se vaya al Cielo.

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