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El buen Charlie Brown

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El 2010 me tocó ir a Minneapolis por circunstancias que Charlie Brown conocería… algo había salido realmente mal. Y, cuando estuve por allá en otoño, con toda la belleza que eso incluye: árboles de colores, el río Misisipi, calabazas afuera de las casas esperando Halloween y una cantidad considerable de ardillas por todos lados, me di cuenta que las plazas y lugares públicos estaban llenas de esculturas y similares de Snoopy y su dueño. Fue cuando me enteré que el creador de este cómic, Charles Monroe Schulz, había nacido en Minneapolis, Minnesota, el 26 de noviembre de 1922. Un hombre que, según cuenta la leyenda, solía tener la misma mala suerte que su creación. El terremoto de la II guerra mundial, en la que participó, lo habría movido a volcar toda su (des)esperanza en su tira cómica.

Ayer estuve sentada en el cine viendo Snoopy & Charlie Brown: Peanuts, la película, y mientras lo hacía reconocía a personas reales en cada uno de los amigos de Charlie Brown. La obra es simple, pero potente en el sentido que nos retrata de manera fiel. Todos, en mayor o menor grado, hemos vivido nuestras guerras mundiales, y en medio o después de ellas nos hemos encontrado con un mentor (¿o anti mentor?), podría decir Joseph Campbell o Christopher Vogler, como Lucy, ese nombre mentiroso que nos habla de la luz, que sin embargo más bien está plagado del terrorismo del racionalismo. Nos paramos frente a Lucy, en su caseta barata de psiquiatra, confiando en ella porque es lo único que nos queda, y ella nos basurea, barre el suelo con nosotros y, para colmo, nos cobra 5 centavos. Nos dice que estamos locos, que valemos nada, que cómo se nos ha ocurrido hacer semejante insanidad. Recuerdo con claridad una vez en que me enfrenté a Lucy cara a cara cuando estaba estudiando Literatura. Lo gracioso es que hasta tenía el peinado parecido, todo remilgado para que el freeze no tuviera espacio en su vida. Ni un pelo fuera de su lugar. Lucy me hacía un examen oral final, no recuerdo de qué ramo. Y en una parte me dijo, molesta, algo así: “¡¿usted escribe acaso para desahogarse?!”. Mi primera intención fue responderle que podría ser, que todavía no lo tenía claro. Pero al fijarme en sus ojos como cuchillos, decidí dar una respuesta políticamente correcta. Cómo hubiese querido que Schulz hubiese estado al lado mío en ese momento a ver qué decía. Claro que creo que Lucy se hubiera encargado de reducirlo a la nada, argumentando que por eso se trataba solo de un autor de cómics y no de literatura trascendental y épica. Pero Charlie Brown es un héroe. Como todos nosotros. Literatos o no. Creadores o no. Bowie lo diría, ¿cierto? Luego de la respuesta que le di a Lucy, ella enfureció aun más, y empezó a ahondar en lo personal, diciéndome que si pretendía hacer un doctorado debería seguir una carrera académica, y que la carrera académica no me permitiría tener hijos, y que si los tenía iban a estar abandonados. Y que si no los quería para qué me iba a casar y bla, bla, bla. Todo esto en medio de un examen. Lucy. El racionalismo. Todos los temores con los que nacemos las mujeres de estos tiempos, todos los discursos revueltos en un tenebroso caldo Maggi sermoneado por la maligna. Sucedió luego que, años después, me casé con Charlie Brown y pasamos a vivir juntos su mala suerte. Pero es como en las hitorias de Schulz: hay días buenos, días malos, otros no tanto. Hijos que iluminan, y Lucys que siempre vuelven a molestar de vez en cuando en voces y caras distintas. La clave está en que Charlie Brown tiene una cara y los otros personajes son la misma cara con distintos peinados y vestuarios. Charlie es nuestro existencialista interior, que a veces cae en el lodo y a veces se ríe de su propia desgracia. Linus nuestra dulzura, Peppermint Patty resolución y Marcia la que lo sabe todo, pero que está más ciega que mi abuela. La niñita colorina, la dulcinea del buen Charles, que pese a su mala pata, como ella misma dice en la película, es un hombre lleno de virtudes. Sí, Charlie Brown es un héroe y lo postulo a trascender en la literatura, en la historia de la humanidad, como a todos nosotros, soldados que hacemos camino, que un día somos calvos y otros días decidimos usar otros peinados, pero siempre en libertad. Siempre que mantengamos la cabeza y no nos ceguemos con la luz.

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El concierto

Título original: Le concert./ Dirección: Radu Mihaileanu./ Año: 2009./ Duración: 119 min./ Género: Comedia./ Interpretación: Alexei Guskov (Andrei), Mélanie Laurent (Anne-Marie), Dimitri Nazarov (Sacha), Valeri Barinov (Iván), Miou-Miou (Guylène), François Berléand (Olivier), Anna Kamenkova (Irina), Lionel Abelanski./ Guión: Radu Mihaileanu; con la colaboración de Matthew Robbins y Alain-Michael Blanc; basado en un argumento de Héctor Cabello Reyes y Thierry Degrandi. Distribuidora: Vértigo films.


“El concierto” comienza aparentando ser una película muy circunspecta. Sin embargo, cuando ya en la primera escena somos testigos de un chascarro del protagonista, nos abrimos al juego. Segundos atrás observábamos en acto a la pomposa orquesta del Teatro Bolshoi de Moscú a tono con quien creímos que era el director, Filipov, el que se nos revela rápidamente como el actual conserje del edificio, quien hace 30 años derramaba su talento como director en la época previa a la Perestroika. Los rumores dicen que el hecho de defender hasta el final a los judíos que componían su orquesta, habrían acabado con su carrera catalogándolo como “enemigo del pueblo”. Por tanto, en su presente lo sabemos conserje, rematado y entregado al alcohol, pero héroe.

No han sido escasos los medios nacionales que han criticado esta obra. La mayoría de ellos aseveran que es una película que carece de verosimilitud, cosa que extraña. El concierto parte, como ya mencioné, diciéndonos que vamos a jugar un rato. Nos da una clara señal con el “despertador”, el sonido del celular en medio de la ejecución una pieza clásica. El espectador concede entonces que luego aparezcan anécdotas risibles, trabajos poco representativos y personajes quizá demasiado estereotípicos. Eso queda de lado, pero tampoco se podría suprimir, porque todos esos detalles y tantos otros le dan un dulzor gracioso a la película. Todo está ahí con un sentido concreto, hay una armonía, como en la orquesta genial y sandunguera, casi hermana de lo latinoamericano-bananero, que luego se atreverá a formar Filipov. Asimismo le damos cabida a que nos recuerden conflictos políticos del pasado sin tomarlos con responsabilidad, soltando los escrúpulos y permitiendo que se nos hable como lo hace un amigo. Da igual que se nos dialogue sobre judíos, musulmanes, homosexuales o comunistas. La gravedad no tiene cabida, la historia y el pasado  es una anécdota en esta narración. Lo importante es la trama, que sin duda es universal: nos habla de perseguir un sueño y alcanzar la verdad. Así de simple. En tono de broma se nos cuenta cómo un hombre talentoso perdió su carrera y piensa tomar revancha, y cómo, por otra parte, una guapa violinista francesa (Anne-Marie) hace todo, vive su vida, toca e interpreta con el sólo fin de encontrar en alguna parte la mirada cariñosa de sus padres, a quienes no conoce. Una historia que cuenta un drama que se juega riendo. Algo así como la clásica La vida es bella, como la muerte a los ojos de un niño o como una noticia que leí hoy en el diario, que relataba cómo una parvularia mexicana había tranquilizado a sus alumnos en medio de una balacera de narcotraficantes, haciéndolos mantenerse seguros en el suelo cantando: “Si las gotas de lluvia fueran de chocolate, me encantaría estar ahí, abriendo la boca para saborear…”. Les aseguro que nadie en su sano juicio habría sido capaz de entrar a esa sala de kinder y haber reprobado la poca verosimilitud de la escena que estaba generando la educadora, como tampoco nadie podría decir qué tienen que ver las gotas de lluvia de chocolate en medio de un tiroteo. Puede que un narcotraficante no piense siquiera en la moralidad o no de matar a quemarropa, pero lo más seguro es que su sentido común le dicte que es al menos malvado entrar gritando a una sala de niños pequeños diciéndoles que las gotas de lluvia de chocolate no existen, que cómo se les ocurre creer en ellas. No saber jugar es pecar de exceso de intelectualidad, criticar una obra por considerarla poco creíble es no haber entendido las reglas del esparcimiento. Si queremos ver en la pantalla tratados, entonces mejor nos quedamos en nuestras casas leyendo enciclopedias o ensayos científicos. Pero que después nadie alegue que cómo llegamos a convertirnos en pedazos de formatos sin sentido o en “caras de guata”, como decía el escritor chileno Luis Alberto Heiremans. Qué peligro convertirnos un día en críticos de cine adheridos al sofá, poniendo todo el cuidado en escuchar cada parte del guión como si se nos fuera la vida, memoriones, asegurando que la ventana esté bien cerrada para no desconcentrarnos con los gritos de los niños que se divierten en la plaza del lado. Esta vez la propuesta concreta es que aprendamos de “El concierto” y lo que su director, Radu Mihaileanu, nos propone. Que entremos en el juego sin condiciones. Mal no lo vamos a pasar, eso es seguro.

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Primer Festival de Cine Juan Pablo II

La primera edición del Festival del Cine Juan Pablo II, inspirado en los ideales del recordado Pontífice de utilizar el arte para promover la fe, se llevará a cabo  en Miami (Estados Unidos) durante el fin de semana del 30 de octubre al 1º de noviembre de 2009, anunciaron esta semana los organizadores de la novedosa iniciativa.

El Festival «tiene el compromiso de mostrar películas de alta calidad, hechas por cineastas de todo el mundo que ilustren la fuerza de la fe en los momentos de crisis de la persona humana y que enfaticen la belleza, la lucha y los triunfos de la vida diaria», señalaron los organizadores. Laura Alvarado, Co-directora y Coordinadora del Evento, explicó además que «este festival, el festival de la gente, presentará películas que promuevan el amor, la dignidad humana, el respeto, el perdón, la compasión, y todos los momentos críticos y tribulaciones que ponen a prueba al cuerpo y espíritu del ser humano».

«La diversidad cultural y religiosa que ofrece Miami es el campo más fértil para darle vida a este festival interreligioso. Con su belleza geográfica y su clima envidiable, Miami es el lugar ideal para reunir a los cineastas de la fe», señala por su parte Rafael Anrrich, Co-Director del Festival y Director de Comunicaciones.

El Festival Internacional de Cine Juan Pablo II está aceptando el envío de películas en las categorías de largometrajes, cortometrajes y documentales hasta el 15 de agosto.

Todos las películas serán juzgadas de acuerdo a la expresión artística de Juan Pablo II, quien sostenía que «…a través de su creatividad artística, el hombre se asemeja más que nunca a la `imagen de Dios».

Más información: www.jp2filmfestival.com

FUENTE: aciprensa en http://www.aciprensa.com/noticia.php?n=26344

Nadie mejor que vosotros, artistas, geniales constructores de belleza, puede intuir algo del pathos con el que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos. Un eco de aquel sentimiento se ha reflejado infinitas veces en la mirada con que vosotros, al igual que los artistas de todos los tiempos, atraídos por el asombro del ancestral poder de los sonidos y de las palabras, de los colores y de las formas, habéis admirado la obra de vuestra inspiración, descubriendo en ella como la resonancia de aquel misterio de la creación a la que Dios, único creador de todas las cosas, ha querido en cierto modo asociaros. (Juan Pablo II, Carta a los artistas, 1999)

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Siete Almas: poca alma para tanto número

Me atrevería a decir que Siete Almas es el ejemplo concreto de una película con demasiada teoría detrás. Una muestra que nos asegura que nos quedamos impotentes cuando tenemos que llevar a algo tan práctico como el cine un sinfín de ideas que tenemos ansiosas de explicar, o por qué no, de adoctrinar al mundo. Dejando de lado el hecho de que Will Smith ha crecido mucho como actor y que el papel que desarrolla en esta obra lo hace de magistral manera, no podemos dejar de observar la cinta como un todo y, por eso, criticarla. ¿Qué pasa con Siete Almas? De partida pretende ser una historia acerca de la redención, de la entrega, caridad, de una insospechada donación al prójimo; sin embargo, deja un gusto amargo y varios cabos sueltos. La película no es lo que pretende ser. O su mensaje es demasiado intrincado o lo que se estaba pensando en primera instancia estaba mal formulado. Quizás se quedaron en las buenas intensiones y faltó un par de personas con menos academicismo y más sentido común en el grupo de producción. Me duele sospechar que esta cinta está teñida de cienciología, religión que se ha colado irreparablemente en Hollywood y sus principales exponentes. Si es así, me es coherente el desarrollo de esta cinta. Prefiero no hablar más sobre ella ni referirme a la trama para así no generar una lectura demasiado personal que pueda nublar una sincera apreciación estética por parte del que quiera verla. Urge revisar Siete Almas con una mirada crítica. Que nadie nos diga qué debemos pensar o cómo solucinar las cosas. Eso dejémoselo a los libros de auto ayuda, no al cine. Éste no nos regala ninguna fórmula mágica y sólo debe cautivarnos por su plenitud intrínseca. El arte, recordemos, no es esclavo de nadie, sólo de la Belleza.

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