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A play within the play.

Agustín Bianchi Barros y Julia Laso Jarpa dan un paseo en 1946, Diagonal Oriente, Ñuñoa.

Agustín Bianchi Barros y Julia Laso Jarpa dan un paseo en 1946, Diagonal Oriente, Ñuñoa.

Te puedo contar que soñé contigo, que estabas lindo y alegre. Eras parte de un cortejo fúnebre en el Parque de El Recuerdo. Yo estaba vestida de blanco y, también contenta, recordaba en el mismo sueño que ahí tengo los restos de mi Sofía, para siempre pequeña, linda y alegre. Ella es mi nexo con lo trascendente, la encargada de tirarme las orejas de vez en cuando. Ella es mi anhelo por el Cielo, mi celo por Dios, mi amor a la Virgen. Porque simple y llanamente alguna vez quiero tenerla para siempre conmigo. Porque es mi hija y todo lo que Sofía significa. Porque sí. Porque la amo. Y agradezco la fe de saber que finalmente, si Dios lo permite, vamos a estar todos reunidos en familia, sin trabas ni nudos, sin terrores cósmicos, sin tediums vitaes, sin Palaciosismos ni Bianchinismos. Te puedo contar que en los momentos rudos de la vida se me han venido frases o poemas a la cabeza, que me recuerdan a tus queridos poetas españolísimos con que adornabas tus momentos importantes. Recuerdo Calderón de La Barca en tus celebración de ochenta años. Eso sí, ¡qué nostalgia me da pensar que pronto recordaré todo como un sueño!

¿Qué es la vida? Un frenesí.

¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,

y los sueños, sueños son.

Recordaré siempre a Jorge Manrique que pediste que se leyera en tu misa de despedida.

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir;

allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales los que viven por sus manos

y los ricos.

Retumbarán ambos en mi cabeza, así como lo hizo T.S. Eliot cuando estuve en la clínica despidiéndome de mi niñita, sabiendo que era septiembre y que era el mes más cruel, mezclando memoria y deseo.

April is the cruellest month, breeding

Lilacs out of the dead land, mixing

Memory and desire, stirring

Dull roots with spring rain.

Retumbarán como San Pablo diciéndome que ya no era yo quien vivía en mi en esa misma ocasión. Cuando uno ha sido muerto viviente sabe a qué me refiero. Todo eso resonará como un sueño, como un flash back que cobra sentido en un segundo de epifanía.

¿Sabes qué? Luego de que me logré recuperar de eso de ser muerto viviente, el psiquiatra que me estuvo asistiendo me dijo que yo era “anti-sistémica” y que debía ordenar mi vida conforme a eso. La verdad, me dio un poco de risa, pero en el fondo le encontré tanta razón… quiero seguir escribiendo, pero quedo hasta acá por el momento. Hagámoslo así, como en un sueño, regalémonos fragmentos. Mañana estoy de santo, si quieres me regalas otra clave.

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La bruja Eme

La bruja Eme era conocida en su tierra por ser una mujer fina, elegante, emperifollada hasta la punta del pelo y, por sobre todo, sabia. Ayudaba a la gente con sus trucos y les regalaba sacos con una nueva vida cuando estaban tristes. A pesar de que todos creían que las brujas eran malas, esta era bondadosa, sólo que había heredado de su mamá hechicera la vanidad, el pasarse todo el día con un lápiz en la boca tratando de pronunciar bien las palabras o peinándose su largo pelo que adornaba con polvos de primavera. Caminaba alrededor de su casa, bien parada, con un libro en la cabeza, mientras leía otro que sostenía con la mano derecha en alto. Le gustaba recitar poesías en voz alta y, de vez en cuando, cuando había cumplido con sus tareas de crear hechizos y ayudar a la gente del pueblo, escribía sus propios poemas. Y era feliz, sumamente feliz.

Todos los aldeanos disfrutaban yendo a su casa, especialmente los niños, porque siempre salían con alguna deliciosa receta preparada por la bruja Eme. Un día por ejemplo, llegó Carlos con su mascota y le dijo a la hechicera: “Hola querida maga. Necesito que me ayudes porque mi perrito está enfermo, anda cojo y triste.” Por lo que Eme invitó al niño a la cocina, lo dejó comiendo exquisitos platos, mientras ella curaba con su magia a la mascota de Carlos. Eso sí, para curar de buena gana a la gente o a sus animales, les pedía que le recitaran su poesías favorita y bien pronunciada. Si la expresaban mal les decía: “Bueno, veo que nos practicado lo suficiente. Vuelve a tu casa, estudia, párate frente al espejo para ejercitar y vuelves cuando estés preparado.” Claro que la bruja Eme siempre terminaba por ayudar a la gente porque en dos o tres días ellos llegaban de vuelta arregladitos, perfumados y hablando correctamente. Así Eme se llenaba de orgullo y se abanicaba mientras le recitaban su poesía favorita.

Pero un día de esos llegó un niño, Gabriel, a suplicarle por algo que nunca le habían pedido a la bruja Eme. Él conocía la fama de la hechicera y por eso se preocupó de llegar con un traje impecable, bien peinado y con un olor a jabón que podía sentir hasta el científico loco del pueblo que pasaba encerrado en su laboratorio. Tenía un pañuelo de seda rojo en el bolsillo de su traje por lo que la bruja, al verlo de lejos, pensó: “Éste debe tener problemas de amor, veamos cómo le puedo ayudar.” Pero no. No se trataba de penas del corazón. Eme lo hizo pasar al living y le dijo: “Antes de pedirme ayuda, debes recitar mi poema favorito.” Gabriel, con una sonrisa en la cara, comenzó a decir el poema, pero sucedía que no se le entendía nada de nada. La hechicera comenzó a ponerse nerviosa y viendo que la situación no mejoraba porque el niño decía una sarta de palabras raras sin rendirse y callar, comenzó a enojarse. Eso también era heredado de las brujitas malas, sus antepasados. Cuando Gabriel abría la boca y no decía nada comprensible, Eme se comenzaba a poner roja de ira y se le hinchaban las venas del cuello como sólo se le hinchan a las brujas. Viendo este espectáculo, Gabriel calló y se sentó en un sofá cercano con las manos entrelazadas, como rezando. Se sentía muy nervioso y esperaba que la mujer que estaba al frente de él lo entendiera. La hechicera esperó unos minutos para calmarse y no cometer alguna tontería y le dijo: “Niño, yo no puedo ayudarte. Tu sabías que yo le pido a los aldeanos que reciten mi poesía favorita para poder hacer hechizos que los mejoren, pero tú tienes un serio problema. Anda a tu casa, practica y vuelve si es que mejoras.” Cuando Eme vio que Gabriel se alejaba, cerró el portón de su casa y se dijo a sí misma: “Uf, nunca me había tocado un niño tan enredado para hablar. Por suerte que se fue porque faltaba poco para que me saliera fuego por la boca de lo enojada que estaba.” Sin embargo, el niño no demoró en regresar. Temprano al día siguiente estaba en la puerta de la maga, bien peinado, con olor a jabón y vestido elegantemente. Los ojos negros de Gabriel estaban ese día más lindos que nunca, grandes y llenos de esperanza, brillando de agradecimiento. La bruja lo recibió con paciencia y le dijo: “Bueno, veámos cómo lo haces hoy.” El niño se paró en la mitad del living y comenzó a recitar con muco orgullo, pero sucedía que esta vez tampoco se le entendía nada, le salían palabras entrecortadas y la bruja sentía que le habían cambiado su querida poesía. Eme aguantó sólo un minuto e hizo callar  a Gabriel porque ya estaba lo suficientemente enojada. Le dijo: “Por favor detente, no puedo soportar tu voz. Ándate de mi casa y no vuelvas, no hay caso contigo. Quizá cuando seas mayor te pueda ayudar. Quizá, pero por ahora no vuelvas. Adiós.” Y el niño se fue con una pena negra a su casa, tropezándose con cada piedra que se le cruzaba en el camino.

Ya habían pasado unas semanas desde ese encuentro, cuando la bruja Eme encontró una carta bajo la ranura de su puerta. Tarareaba una canción mientras intentaba abrir el sobre porque estaba muy bien sellado. Cuando logró abrirlo se encontró con las siguiente palabras:

Querida bruja Eme,

Quizá algún día, como usted dijo, cuando sea mayor, pueda curar esta sordera que tengo. Yo quería recitar su poesía favorita con todo mi corazón, pero ya vio que no fue posible porque escucho poquito y no puedo oír cuando hablo. Yo sé que usted es amiga de los humanos y no sigue las reglas malignas de las brujas de antes, por lo que le pido se acuerde de mi cuando haya crecido.

Muy agradecido,

Gabriel.

Luego de haber leído esto la bruja Eme se puso blanca. Había comprendido todo y tenía tanta pena que no se le ocurría otra cosa que ir a cocinar sopa de alegría. Habiendo pasado unas horas en la cocina tratando de buscar una solución a lo que había pasado, decidió consultar su libro de magia escrito por el Gran Mago. Pasó que no existía ningún hechizo en el libro que curara sorderas, problemas para escuchar. Las hojas del final indicaban que no había tal porque el Gran Mago prohibía los trucos para curara sorderas. “Mmmmm”, pensó Eme, “tiene que haber alguna forma de ayudar a Gabriel. Además yo no sigo las órdenes de los brujos malignos, así es que puedo inventar algo.” Y se fue a recorrer su casa a ver si encontraba algo. En su paseo se fue apenando cada vez más porque no encontraba nada y sintió que se encogía de tristeza. Viéndose sin la posibilidad de ayudar al niño, decidió tomar la última opción que tenía e irse de ese pueblo porque era la primera vez que le fallaba a alguien. Antes, pasó por la casa de Gabriel y le dejó una carta bajo su almohada. El niño, cuando estaba a punto de dormirse encontró el papel y leyó:

Querido Gabriel,

Espero me puedas perdonar por haberte tratado tan mal. Como último recurso te dejo las llaves de mi casa para que te vayas a vivir allá. Ahí vas a tener de todo y quizá algún día los miles de libros de mi biblioteca te ayuden a curarte, cosa que yo no supe hacer. Lee, amigo mío, y aprende lo que yo no supe saber.

Con mucho cariño,

La bruja Eme.

El niño se cambió de casa junto a sus papás  e instaló su cama en la mitad de la biblioteca. Ya en la mañana temprano tomaba algún libro y lo leía. A los diez días llevaba un montón de libros leídos. Pasó que el día once, al despertarse, tomó un libro grueso, más grande de lo normal y comenzó a hacer lo que hacía siempre. Esta vez, mientras leía, comenzó a escuchar las palabras que iba  leyendo. Incluso sentía susurros dentro de los cuentos. “Susurros”, pensó Gabriel, “Nunca había entendido bien lo que eran lo susurros, esas vocecitas tranquilas, suaves y amables, ese viento.” De repente creyó reconocer su propia voz en el libro a medida que leía y le encantó la idea. Era él, su voz estaba metida adentro de ese libro y él la podía escuchar cada vez que pronunciaba una palabra en su mente. Cuando hubo llegado a la mitad del libro, encontró en un papel suelto la poesía favorita de la bruja Eme y se propuso recitarla. Se paró arriba de su cama y habló. Se escuchó como no había podido hacerlo durante sus siete años de vida. Estaba curado, escuchaba hasta cómo crujía el mueble que sostenía los libros. Se puso tan feliz que fue rápido a decirle la noticia a su padres y, mientras corría, le agradecía como antes en su mente, sin voz, a la bruja Eme.

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Love is in the air

El año pasado tuve la suerte de ir a ver el concierto de Dolores O’Riordan en Chile. Fue un concierto notable, gracias al carisma de la cantante, que se dobla y desdobla como si fuese un juego. Pero no quiero hablar de ella en esta ocasión. O más o menos. Quiero hablar de la canción «Yeat´s grave» de The Cranberries y de otras cosas. Actualmente les da por decir a los chilenos que nos parecemos mucho a los irlandeses y se supone que es por un asunto de desarrollo económico. Yo, la verdad, no sé, sé muy pocas cosas. Lo que sí sé es que tanto en Chile como en Irlanda hay muy buena Literatura y que la canción de este grupo irlandés bien vale un momento de atención. William Butler Yeats (1865-1939), uno de los mayores escritores irlandeses del siglo XX, da motivo a esta canción. El Premio Nobel irlandés tuvo una poderosa historia junto a Maud Gonne, una bella actriz y reconocida activista política que le puso en contacto con el Movimiento Nacionalista Irlandés al que pertenecía. En resumen de los tira y afloja de la relación, Yeats se involucró en la lucha por la independencia de Irlanda, especialmente en la rebelión conocida como Easter Rising de 1916, cuando los nacionalistas irlandeses se enfrentaron sin éxito a los británicos que ocupaban el país. Se dice que Yeats estaba desesperadamente enamorado de esta actriz, quien siempre rechazó sus propuestas de matrimonio y prefirió casarse con el Mayor John Macbride, uno de los líderes de aquel levantamiento nacionalista ejecutado tras los disturbios. La fracasada historia de amor entre Yeats y Maud Gonne se refleja en varios de los poemas de este autor: Adam´s Curse, también en No Second Troy y en Easter 1916. En la canción que nos ocupa, The Cranberries hacen referencia a los protagonistas de este particular triángulo amoroso (Yeats, Maud Gonne y MacBride). Además, Dolores O´riordan recita el poema No Second Troy dentro de la canción.
Y es así como poner atención a la letra de una canción mientras vamos manejando el auto, nos lleva a querer leer y saber más sobre William Butler Yeats. Otra vez, la Literatura y la Música de la mano y empujándose.

Yeat´s grave

Silenced by death in the grave
W B Yeats couldn’t save
Why did you stand here
Were you sickened in time
But I know by now
Why did you sit here?
In the GRAVE

W.B. Yeats «Second»

Why should I blame her,
that she filled my days
With misery or that she would of late
Have taught to ignorant men most violent ways
Or hurled the little streets upon the great
Had they but courage
Equal to desire

Sad that Maud Gonne couldn’t stay
But she had Mac Bride anyway
And you sit here with me
on the isle Inistree

And you are writing down everything
But I know by now
Why did you sit here
In the grave…

Why should I blame her
Had they but courage equal to desire

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