¡Usted no lo haga!

La triste historia de las Palmas de Cocalán

Claro, un noble e inocente extranjero (o incluso chileno), puede tener la brillante idea de salir por el día de Santiago y piensa en esa exótica miel de palma que alguna vez probó y que dejó de comer por temor a que sólo por su glotonería chilito se quedara sin palmas. Y zás, la conciencia ambiental que han forjado en nosotros nos hace decir entre copas: «Hey, ¿y si vamos mañana a las Palmas de Cocalán?». Los demás se suman colgados de su espíritu de aventura (es decir, en este caso más precisamente, de no planificar) y al otro día a las 8 de la mañana ahí están los exploradores. Listos. Parten, se pierden un poco y es divertido, tienen mucho para hablar y llevan bastante comida para hacer un buen pic nic en las palmas. Uno de los compañeros de ruta saca a la luz su lado empollón y cual mateo empieza a contar que la cuenca de Colacán es uno de los pocos lugares en donde la palma es abundante. Y no, no dice «las Palmas de Cocalán», dice: Jubaea Chilensis. Como todo buen ratón de biblioteca recibe una broma burlesca y todos siguen camino. Las tripas de la tripulación comienzan a manifestarse: hambre y sed en aumento notable. ¡El letrero que anuncia que las Palmas están cerca! Están salvados. Siguen un camino que ahora es de tierra y  está en mal estado y el organismo rebota sin misericordia: tripas, hambre y sed juntas. Más de media hora avanzando y llegan al final del camino. Están frente al portón del fundo de la Hacienda de las Palmas de Cocalán. Portón feo, poco amable y con un monumental candado. Antes de dicho portón hay una pequeña casa al borde del camino, dos de los tripulantes se bajan de la nave y llaman a ver si alguien sale al encuentro. Justo a tiempo se acerca un don huaso y les dice que el parque de las palmas es propiedad privada y que no pueden entrar de ninguna forma. No hay excepciones. Los tripulantes se reúnen, se miran decepcionados, maldicen, y optan por un plan b que no tiene a las Palmas de Cocalán dentro de sus opciones. Usted no repita la triste historia de las Palmas de Cocalán. Usted, por favor, no lo haga.

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