Ellos compartían cierta imagen: una sala a media luz, una mesa central con un par de vasos, un sofá. Un ambiente casi británico como los que se asomaban cuando podían atisbar ciertas casas de preferencia personal. En parte, la fina selección de sus lugares idílicos: la sombra generosa, el sol a veces necesario, esa oscura mesa central que está de acuerdo con cada cosa que dice la música de la radio fetiche. Los vasos, reflejando con limpieza la luz que podrían recibir, mostrando lo mucho que han sostenido. El piso un tanto desnivelado que parece tragarse el sofá verde. Sofá voraz, glotón. A veces, libros sobre la mesa, otras, vasos sobre los libros.
Incluso en las imaginaciones ellos podían sentir el ruido que produciría la calle, sonido que adormecería, en parte, la radio. En fin, la imagen (en rigor) de la paz, anunciadora de que todo estaba bien, de que estaban en el lugar correcto y que no había motivo alguno para cambiar de rumbo.
